Para hacer frente a la llamada pandemia del Covid-19, el gobierno argentino ha decidido “privilegiar la vida” por sobre la economía. Dilema falso que lleva a la muerte por falta de trabajo e inanición de los que no se contagian ni infectan.
En el mes de febrero y en la primera mitad de marzo del corriente año, el gobierno argentino no le había dado importancia a la crisis sanitaria que ya había empezado a expandirse en forma veloz en otras partes del mundo. “China está lejos” y “los buques chinos tardan en llegar a la Argentina” fueron las definiciones del ministro de Salud argentino, quien a posteriori, cuando la presencia del virus en el país se hizo evidente, confesó sinceramente “que no creía que el covid-19 fuera a llegar tan rápido” y que “Argentina no contaba con los recursos” para hacer frente a la pandemia en curso.
Pero cuando la Organización Mundial de la Salud dictaminó que había que, a ejemplo del gobierno chino, decretar una cuarentena con aislamiento masivo obligatorio de las poblaciones, el gobierno argentino resultó ser uno de los más obedientes a la “orden” emanada del organismo mundial que tiene en el empresario Bill Gates y su fundación una de las fuentes de financiamiento más importantes, después de Estados Unidos.
A partir del 20 de marzo de este año el gobierno decidió prohibir la circulación de personas en todo el ámbito nacional y obligó a detener la actividad económica productiva en todos los niveles, con excepción de la alimentación, el transporte de cargas y la atención médica pública, restringida fundamentalmente y en forma casi excluyente a la atención de pacientes infectados por el ya famoso virus.

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El presidente argentino justificó las medidas extremas adoptadas diciendo que “prefería privilegiar la vida por encima de la economía”, frase que con el transcurrir de los días demostró ser una falacia total, porque 1º) en su sentido originario, la economía también es vida, porque sustenta la supervivencia de las personas individuales, de las familias, de los barrios, provincias, etc., y 2º) la actividad financiera especulativa no se vio limitada en absoluto y no se detuvo un solo instante. Se detuvo brutalmente la actividad económica productiva, pero lo que no se detuvo fue la discusión por el pago de la deuda externa, por ejemplo, y la actividad bursátil se desempeñó habitualmente, sin darse por enterada de la pandemia.
En realidad, el fundamento esgrimido por el gobierno argentino hubiera sido cierto si se hubiera privilegiado la vida por encima de la especulación financiera.
En otras palabras: para evitar que la población sana se enfermara, se decidió internarla en sus domicilios y prohibirle que saliera a trabajar. Es como si ante una herida sangrante un médico decidiera detener el funcionamiento del corazón para evitar que corra la sangre por el cuerpo de un herido, de tal modo que éste último no se desangra, pero se muere igual porque el corazón se detuvo.
A esta altura ya se empiezan a sentir los efectos mortíferos de la decisión adoptada: entre otras medidas, el gobierno argentino tuvo que entregar a 8 millones de personas un subsidio de 10.000 pesos c/u y tuvo que hacerse cargo del 50% del salario de 2 millones de trabajadores de la actividad privada.
Lo cual no ha impedido que sólo en el mes de marzo se haya registrado la pérdida de 109 mil puestos de trabajo, y que medido anualmente -desde abril de 2019 a marzo de este año- la pérdida haya sido de 210 mil puestos.
Distintos analistas económicos calculan que la caída del PBI de este año será de un 9-10% y que la inflación rondará en un 43%, aproximadamente .
Ridícula y económicamente criminal la forma de gestionar del gobierno nacional, que no dudó en convocar a un “comité de profesionales de la salud” para afrontar la crisis sanitaria, pero ni se le ocurrió convocar a un “comité de profesionales de la economía” para afrontar la crisis económica que ha “infectado” y enfermado a millones de habitantes sanos, sin trabajo y que terminan recibiendo un pago mínimo por parte del Estado.