Para el globalismo cabalista que pretende instaurar un nuevo orden social desprovisto de valores religiosos sagrados no existe ninguna restricción de ningún tipo y parece que solo la fe católica constituye el enemigo a vencer, para poder sojuzgar a los pueblos del mundo y apropiarse de sus riquezas.
En estos últimos días los medios de comunicación dieron a conocer que en medio de la cuarentena decretada desde el 20 de marzo ppdo. por el presidente Alberto Fernández han llegado a la Argentina rabinos de Israel “para fiscalizar la faena de carne kosher y reactivar la industria”.
Los viajeros fueron recibidos por la embajadora de Israel en Argentina, y han venido a supervisar el conjunto de la producción porcina que se lleva a cabo según los preceptos de la ley hebrea. Como ha informado un diario, la Cancillería argentina hizo las gestiones para que los rabinos y religiosos que los acompañan trabajen junto a frigoríficos locales en la producción para la exportación de productos a Israel.
La calificación de kosher se aplica a alimentos que cumplen con los preceptos de la ley tomado, referenciados en los libros veterotestamentarios del Levítico y del Deuteronomio.
En este caso en particular, no se cumplió con uno de los criterios estipulados por los protocolos sanitarios aplicados en casos de viajeros extranjeros, que determina que a su arribo los pasajeros deben cumplir una cuarentena de 14 días, para asegurarse que no están afectados por el Covid-19.
Desde la fecha mencionada la actividad religiosa fue prohibida en todo el territorio nacional, inicialmente sin excepción alguna. Pero apenas 5 días después, el 25 de marzo, el gobierno argentino, por gestiones de autoridades judías locales, permitió la celebración en las sinagogas de una celebración de purificación importante para los creyentes de esa religión, llamada Mitkve, que se lleva a cabo en los templos, no en las casas.
En este último caso en particular se trató de “una excepción que confirma la regla”, como dice un viejo proverbio. Porque tanto la Iglesia Católica en particular como las diferentes confesiones religiosas cristianas no se vieron beneficiadas con la misma excepción para poder celebrar tres semanas después la Semana Santa y la Pascua, que es la festividad máxima de la vida cristiana.
En este punto hay que reconocer que las autoridades religiosas judías hicieron gestiones, se preocuparon y ocuparon para poder obtener la autorización que les permitiera practicar su rito de purificación. En el caso de las autoridades episcopales argentinas, la única gestión realizada fue la presentación de un pedido ante la Secretaría de Culto de la Nación, rápidamente denegado.
Lo llamativo fue que la mayoría de los obispos argentinos no tuvo ningún problema en poner los templos a disposición del gobierno, para que se aplicaran masivamente vacunas o para que fueran transformados en albergues, comederos y dormitorios. Y aceptaron mansamente la prohibición para celebrar Misas, seguramente porque como expresó el 27 de abril el arzobispo de La Plata, monseñor Víctor Manuel Fernández, en una entrevista publicada en España, “el precepto dominical no es fundamental, y con el tiempo quizás se caiga”.
Al igual que los sacerdotes que apoyaron la crucifixión de Jesucristo, los prelados prefirieron obedecer las disposiciones del gobierno antes que cumplir con su misión de apacentar la grey de Cristo, porque “no tienen otro rey que el César”.
En las últimas semanas se han dictado numerosas excepciones al confinamiento domiciliario obligatorio, como ser la concurrencia a bancos, a supermercados, a campos de golf, a practicar abortos ilegales, a pasear de noche, etc., pero sigue vigente la prohibición de las actividades de culto.
Al día de hoy la única autorización que ha dado el gobierno nacional ha sido la de permitir la celebración de la Misa en forma virtual, por Internet. Pero de ninguna manera en forma pública, aunque se respeten las disposiciones sanitarias de distanciamiento social dispuestas para las actividades comerciales.
En este sentido, el gobierno argentino ha aceptado subordinarse a los dictados del Globalismo cabalístico, que a través de uno de sus miembros más conocidos, la señora Hillary Clinton, propuso en su campaña presidencial de 2016 impulsar en diversas instancias, como es la ONU, el cambio de “los códigos culturales arraigados, las creencias religiosas y las tendencias culturales”.
Esta guerra contra la religión católica en particular está en línea con la propuesta de Henry Kissinger de fortalecer el Orden Mundial Liberal y salvaguardar los fundamentos de la Ilustración moderna, que en su versión política como Revolución Francesa constituyó el primer intento histórico de edificar una comunidad humana sin ninguna base religiosa, sino sólo en la “diosa Razón”.
Como sostiene el arzobispo Viganó en su «Carta Abierta al presidente Donald Trump», se trata de una guerra entre los hijos de la luz (los pueblos) y los hijos de las tinieblas (el Estado profundo) que pretenden “crear” un mundo de esclavos, para beneficio exclusivo y excluyente de unos pocos.

ver «Carta abierta al presidente Trump del Arzobispo Carlo Maria Viganò»


