Sobre la humildad del pensamiento

Publicado en junio 22, 2020, 5:42 pm

 

La inteligencia no aspira a liberarse, sino a someterse.

Nicolás Gómez Dávila

La desobediencia es el origen de la caída, el núcleo mismo de la tentación. El drama narrado en el génesis lleva en sí el “código fuente” de nuestro origen, tragedia y redención. Teníamos una obligación y el anuncio del castigo en caso de no cumplirla. “No comas de ese árbol. Inevitablemente morirás”.

El adversario, astuto, mentiroso y asesino lanzó un triple dardo:

No obedezcas la Palabra del Eterno. Hazme caso a mí.

No morirás.

Sereis como dioses.

Desde entonces seguimos desoyendo la voz de Dios, y en ese desobedecer se juega la gracia o la desdicha de nuestra inteligencia. Cada vez que decidimos darle la espalda a Dios, nuestra inteligencia se atrofia, y con ella, nuestra voluntad. Acaso somos en ese momento, parte del misterio de la iniquidad.

Parte de la mentira que el mundo nos hace creer, es que esto es exactamente al contrario. Juzgamos que darle la espalda a Dios es requisito para desarrollar la inteligencia y ser libres. Como en la narración del génesis, la estupidez de esta certeza solo conlleva la muerte. ¿Por qué es difícil verlo? ¿Por qué es difícil ver que la suma inteligencia es el abandono a Dios?

Basta darse una vuelta por el foro de la voz pública en redes sociales para constatar que la inteligencia del mundo equivale a: aborto, sodomía, prostitución, ambición, vanidad, lujuria, etc. ¿En qué momento la libertad se volvió sinónimo de subjetividad desenfrenada y rienda suelta al pecado?

El camino de vuelta a la virtud, hoy, como siempre, es la obediencia, oír la voz de Dios y amar sus mandatos. La Santa Madre Iglesia es el lugar donde todo eso se nos brinda. La salvación no es producto de nuestra inteligencia, ni de nuestro entendimiento, pero juegan un papel importante porque al ser gracias, nos permiten distinguir claramente la verdad de la mentira. El resto es siempre decisión nuestra, porque el católico no reparte culpas en su propia condenación. El mundo, el diablo y la carne están siempre allí, pero el pecado es responsabilidad personal.

La humildad del pensamiento es también esto, ser responsables. Los males del mundo al final significan para una persona el sum mal, la condenación eterna, y no podremos excusarnos ante el Justo Juez, culpando a los que el mundo culpa: el capitalismo, el comunismo, el patriarcado, el feminismo, etc. Todo esto se aleja del sentido de responsabilidad único del catolicismo, que ha creado los mejores hombres y mujeres de la historia imponiendo sobre ellos la carga del buen funcionamiento del mundo: “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.”

La humildad del pensamiento es ser responsable y obediente. También es al mismo tiempo, su fulgor máximo y la garantía de su fecundidad.

Corresponsal de Mexico

Corresponsal de Mexico

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