
En las reuniones previas a la última elección papal, en marzo del 2013, el entonces cardenal Bergoglio impactó por sus declaraciones en las reuniones consistoriales sobre el peligro que más afectaba a la Iglesia Católica: la mundanidad espiritual.
Este concepto fue formulado y desarrollado magistralmente por el fallecido cardenal Henri de Lubac SJ, para definir la acción de aburguesamiento de la fe cristiana, acomodándose a los criterios del mundo secular moderno. Mediante este acomodamiento, se abandonan en la práctica los principios dogmáticos y se acepta el uso de ideas y conceptos no cristianos, para ser “políticamente correctos”.
En esencia, la mundanidad espiritual no reniega teóricamente de las verdades de la fe cristiana, pero en la práctica las deja de lado y toma como válidos los conceptos de un pensamiento secular, cualquiera que sea: liberal, marxista, progresista, etc. Queda bien con Dios (en lo teórico) y queda bien con el diablo (en la práctica).
En esta misma línea de pensamiento, el fallecido cardenal Carlo Maria Martini SJ, uno de los mentores espirituales de Bergoglio, hablaba en sus libros del ateísmo práctico que practicaban muchos cristianos, que profesaban de palabra las verdades de fe y los dogmas católicos, pero que en la praxis cotidiana actuaban como hombres del mundo. Una forma de esquizofrenia espiritual.
A lo largo de estos años han salido a la luz muchos conflictos y tensiones que se han vivido en la Iglesia, en su obligación de cumplir con el mandato de Jesucristo resucitado –“vayan por todo el mundo anunciando el Evangelio y bautizando a todas las naciones ‘en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’”- y las acciones concretas llevadas a cabo.
Esta obligación no consiste en predicar solamente una doctrina distinta y diferente a todas las demás, sino en promover un diálogo fecundo entre la fe y las culturas de los pueblos a los cuales se llega con el mensaje, para evangelizar las culturas, para potenciar al máximo sus valores positivos con la luz de la Revelación.
El riesgo que siempre ha existido en esta labor evangelizadora es que la predicación se adapte tanto a los criterios del tiempo o de la época que el mensaje evangélico termine siendo “culturalizado” según los criterios del mundo. A esto llamó el gran teólogo francés mencionado “mundanidad espiritual”, aplicado sobre al aburguesamiento del cristianismo, a su adaptación al espíritu burgués.
En las últimas décadas la evangelización se ha visto expuesta al peligro de tomar criterios de la doctrina marxista para predicar el mensaje con criterios “revolucionarios”, experiencia que terminó sumergiendo a la fe cristiana en prácticas políticas totalmente ajenas, extrañas y antagónicas al cristianismo. Bien se puede definir este extravío como “mundanización espiritual marxista”.
Pero en estos últimos años esta mundanidad espiritual ha llegado a tal grado de degradación que se ha convertido prácticamente en un proceso de prostitución espiritual de la fe católica. Mediante esta experiencia perversa se pretende directamente asumir como “valores” conductas y criterios directamente antagónicos con la fe, absolutamente contrarios a las definiciones que se expresan en el Nuevo Testamento -la fornicación, la prostitución, la homosexualidad, la idolatría, el adulterio, el afeminamiento, la avaricia, etc. (Primera Epístola a los cristianos de Corinto, capítulo 6).
Llamativamente, esta degradación es llevada a cabo por jerarquías superiores de la Iglesia Católica, por prelados que dejan de ser pastores de la grey de Cristo para convertirse en secuaces del enemigo de Dios y de la raza humana. Un ejemplo de este desvarío es el que llevó a cabo en estos días el obispo de Columbus (Ohio, Estados Unidos), monseñor Robert Breenan, quien ha puesto en suspenso el ministerio de un sacerdote de su diócesis, el padre Joseph Klee, quien celebró los días 19/20 de junio una vigilia de oración al aire libre, desplegando un estandarte con el mensaje “Matrimonio de Dios = 1 hombre + 1 mujer”. Según el criterio episcopal, esta frase “divide” y “ofende” a quienes tienen otro criterio, por eso le aplicó una sanción disciplinaria al sacerdote fiel al Evangelio.
Otro ejemplo lo constituye el caso del sacerdote neoyorquino Rick Walsh, quien el 25 de junio celebró en la iglesia de San Pablo la “Misa del Orgullo”, adhiriendo a la Marcha de los LGBTQ. No satisfecho con esa actitud, el prelado afirmó días después que “Cristo es lesbiana, homosexual, bisexual, transgénero y queer”, y que también fue “mujer” y “negro”. Una locura total.
Lo más grave es que hasta ahora el obispo de la arquidiócesis de Nueva York, el cardenal Timothy Dolan, no ha dicho una sola palabra al respecto.
Con jerarquías así, los fieles católicos no necesitan enemigos externos, ya están en el interior de la Iglesia Católica. Pero olvidan estos auto creídos “jefes” que la cabeza del Cuerpo es Jesucristo, no ellos. Y olvidan que “de Dios nadie se burla” y que las “fuerzas del infierno no prevalecerán contra ella”.