Homogeneizar el pensamiento con la excusa de alcanzar una sociedad más igualitaria es una tiranía encubierta. Una sociedad homogeneizada es más obediente, más dependiente y más esclava. Este igualitarismo se nutre del victimismo y del conflicto de los opuestos. Su objetivo es dominar el sistema y apropiarse de la voluntad del individuo en lugar de ayudar a las personas con desventajas biológicas o económicas.
La esencia última del comunismo siempre ha sido el igualitarismo o redistribución de bienes y renta, concepto que disfrazan con la igualdad de derechos y oportunidades independientemente del sexo, la raza o la religión. Es un proceso disolvente que limita a los individuos su capacidad de decisión y desarrollo personal y económico.
Hoy en día, casi todo el espectro político ha asumido este constructo social para manipular y ha penetrado hasta en la dimensión más íntima del individuo como el sexo.
Los promotores del igualitarismo tienen a su servicio una poderosa maquinaria propagandística para inocular en las mentes el mantra de que los que más tienen roban a los que menos tienen. Sin embargo, son los primeros en ocupar puestos de poder o en blanquear casos de corrupción que cuestan millones al contribuyente. Tampoco acometen las medidas necesarias para facilitar a las personas un desarrollo personal y económico. Impiden la liberalización del mercado laboral, la bajada de impuestos, el adelgazamiento del sector público o la reducción de subvenciones de carácter fuertemente ideológico.
El motor del igualitarismo es la envidia. Los igualitaristas rechazan la idea de que pueda haber ricos honrados, luchadores que trabajan duro. Tampoco admiten que pueda haber pobres holgazanes e indolentes que vivan de las subvenciones recibidas a cambio de su voto.
Para los igualitaristas el origen primigenio de la desigualdad está en Dios y la Naturaleza. Admitir que existe una entidad divina superior al ser humano choca frontalmente con su ideario igualitarista. Rechazan también las leyes biológicas que nos hacen física y psicológicamente diferentes. En definitiva, creerse dioses implica rechazar a Dios y rechazar a la Naturaleza que tanto dicen defender.