Según el economista y banquero italiano Ettore Gotti Tedeschi, ex presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR) del Vaticano entre el 2009 y el 2012, la caída provocada en el crecimiento poblacional a través de las políticas de control de la natalidad ha afectado negativamente la actividad económica productiva. Se ha llegado a este punto, dice, porque es claro desde hace cincuenta años que “la caída del índice de natalidad está acompañada por la caída del crecimiento económico”.
En su opinión, se trata de un resultado querido, buscado en el marco de una perspectiva que siempre negó la natalidad como un hecho natural del ser humano. Y cuando se detiene un proceso natural, entonces se modifica la naturaleza y se crean desequilibrios en ella. Es por eso que el colapso provocado de los nacimientos en Italia y en Occidente ha generado efectos cada vez más negativos, que ha llevado a lo que en demografía se conoce como “invierno demográfico” (aumento de la cantidad de personas ancianas y disminución de la cantidad de niños y adolescentes, producto de la menor cantidad de nacimientos anuales).
Según el Instituto Nacional de Estadísticas de Italia, el 67% de la caída de los nacimientos en el país depende del hecho que se redujo la población femenina en edad fecunda. Por eso, sostiene el economista, estamos frente a una transición demográfica estructural, que sólo podrá frenarla una toma de conciencia cultural y moral que asuma una generación, aunque está convencido que no se quiere hacerlo.
No se trata de un proceso negativo irremediable, sino que se pueden adoptar políticas para favorecer la natalidad. Esto se podía haber hecho desde el 2000, cuando se llegó al pico de la desindustrialización y de las relocalizaciones productivas, con la pérdida de la competitividad
Lo grave en este punto es el silencio absoluto de las autoridades morales, como ser la Iglesia Católica, que ya no habla más de hijos y de nacimientos. En ella se ha sustituido el mensaje del Génesis –“vayan y multiplíquense”- por otros mensajes, en los que se habla del medio ambiente, de la inmigración, de la pobreza, ignorando a los hijos como don de Dios. Ahora, en el discurso episcopal, los inmigrantes han reemplazado a los hijos como don de Dios.
Las estadísticas de Naciones Unidas en largas series históricas demuestran que cuando hay crecimiento de los nacimientos se produce un crecimiento económico hasta 40 veces superior al aumento poblacional. En este contexto, hablar de “paternidad responsable” -limitar el número de hijos- incluso en el ambiente católico es adoptar una actitud moral y política que acompaña o es cómplice del desequilibrio económico, que no es una consecuencia del destino, sino una situación que se puede cambiar con políticas justas, basadas en una voluntad moral y cultural que hoy lamentablemente no se ve.
Pero lo más grave, lo que “asombra y maravilla”, según Gotti Tedeschi, es la indiferencia de los obispos sobre este tema. Indiferencia que es reemplazada con el grito de dolor de exponentes del mundo laico, que descubrieron que con la caída de los nacimientos cae también el bienestar, porque cae también el PBI nacional, lo que no puede ser compensado con el consumismo, porque éste “envenena”.
En este punto se pretende provocar el decrecimiento económico para proteger el ambiente, una solución que empeora el problema.
La política relativista adoptada, para “agradar al mundo”, de negar la realidad de principios morales no negociables y de las leyes naturales ha llevado al funesto resultado de provocar el final irreversible de la civilización cristiana occidental, lo cual no es una sorpresa, sino algo preanunciado desde hace décadas por algunos que no sólo no han sido escuchados, sino también ridiculizados.
Este final irreversible es fruto de la descalificación, rechazo y marginación de la natalidad, la familia y la vida como patrimonio “tradicionalista” de la cultura católica, descartable de la vida social y política nacionales.
Así el llamado Nuevo Orden Mundial pudo imponer una reingeniería económica y social que ha llevado a la actual concentración de la riqueza en muy pocas manos y al genocidio prenatal que elimina 54 millones de personas por año, para que los “amos del Universo” -el poder financiero internacional- pueda gozar en paz de saqueo de bienes y riquezas por, en esencia, pertenecen a todos los pueblos del mundo sin excepción.