En el día de ayer representantes de diferentes cultos en la metrópoli porteña emitieron una declaración conjunta titulada Los derechos del pueblo argentino de relacionarse con Dios y practicar su culto en todo tiempo.
La declaración tiene fecha 14 de julio de 2020 y está firmada por el cardenal Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina; el gran rabino Gabriel Davidovich, monseñor Pablo Hakimian, eparca de los Armenios y monseñor Iosif Bosch, arzobispo de la Iglesia ortodoxa griega de Buenos Aires y Sudamérica. El documento fue entregado en mano al Jefe de Gobierno de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, con copia al Director de Entidades y Cultos, Federico Pugliese.
Si bien en tono amable, la declaración critica que si bien durante los cuatro meses transcurridos se tomaron en cuenta los aspectos sanitarios, económicos, sociales y psicológicos y sus proyecciones derivadas del confinamiento y aislamiento obligatorios impuestos, “no se reparó en los valores espirituales y trascendentes que conforman el alma de la vida cotidiana” del pueblo, los cuales “se expresan en creencias, prácticas de culto y ritos sagrados de distintos credos con sus milenarias tradiciones”.
Sostiene que “la práctica de nuestros credos no son una actividad esencial, sino una necesidad vital para la población”, porque “los sentimientos espirituales en el pueblo son tan importantes como la vida misma”, por la proyección cultural y social de las creencias religiosas que “se abren al semejante y crean valores morales y éticos, al servicio del bien común y la amistad social”, fomentando la paz, el bien, espacios de diálogo, comprensión y tolerancia respetuosa ante otras creencias. Y cuando las circunstancias son adversas, como sucede durante la pandemia que padecemos, se hace más visible su mejor rostro: el de la solidaridad para con el prójimo sin distinción.
Pero al mismo tiempo advierte sobre los intentos por invisibilizar a Dios: “No se lo menciona ni se lo tiene en cuenta, desconociendo que el nuestro es un pueblo de fe, y que es fundamental el apoyo de las comunidades religiosas para que el Estado pueda aplicar con éxito las medidas para enfrentar la emergencia”.
Por eso advierte sobre la discriminación que el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires aplica sobre la vida religiosa, en una actitud sospechosamente idéntica a la práctica política de las agrupaciones políticas de la izquierda marxista: “resulta difícil el aceptar que se postergue el rito religioso del vínculo del hombre con su Creador, mientras se habilitan otras actividades”.
Concluyen diciendo que “es muy necesario para nosotros y para todos los argentinos, que en este tiempo podamos elevar nuestras oraciones y celebrar –conforme a nuestros ritos y en nuestros lugares de oración–, por el fin de esta pandemia, para que deje de sufrir la familia humana, y nos conceda el bienestar general a toda esta gran nación”.
Durante las últimas décadas los distintos gobiernos nacionales y porteños han aplicado políticas públicas en los ámbitos sanitarios, judiciales, educativos, comunicacionales, en sutil o en abierta contradicción con los valores que las autoridades religiosas reivindican, pero que nunca merecieron ningún tipo de condena explícita a esas políticas -a veces aberrantes- aplicadas. En los últimos meses se pusieron a disposición del gobierno local edificios e instalaciones religiosas, incluyendo templos, para convertirlos en hospedajes, comederos y dormitorios.
Pero ahora, con la excusa de la pandemia y el confinamiento aplicado, el gobierno capitalino sigue excluyendo en forma absoluta la práctica religiosa. Al mismo tiempo que promueve acciones criminales como impulsar y autorizar ilegalmente, entre otras cosas, el genocidio prenatal en los hospitales públicos de la Ciudad y en clínicas privadas cómplices.
Genocidio prenatal que tiene el aroma de una cobarde práctica diabólica, en la que se asesina y elimina a los seres humanos más inocentes e indefensos de todos.
Se espera ahora que los líderes religiosos condenen pública y oficialmente este genocidio en marcha. Caso contrario, sería un acto de esquizofrenia absoluta reivindicar el derecho de rendir culto público a Dios y callar ante el asesinato de la más bella acción de Dios en la existencia del hombre: el advenimiento de seres creados “a su imagen y semejanza”.