La catedral de Nantes en llamas. Una iglesia más y, desafortunadamente, podría no ser la última, dadas las trágicas estadísticas que han estado afectando los lugares de culto católicos durante mucho tiempo, especialmente en Francia. El incendio que afectó la histórica catedral gótica de Nantes ha sido limitado, pero destruyó completamente el gran órgano.
La catedral parisina está esperando todavía levantarse de los escombros. Están muy presentes las imágenes de esa hoguera de hace dos años: llamas que se elevaron al cielo, en lugar de los campanarios, las agujas, las bóvedas. Llamas dolorosas, antes y ahora.
El incendio de Nantes es un ataque a otro símbolo del cristianismo, que es parte insustituible de la historia de Francia.

El interior de la Catedral de Nantes destruido por el incendio
Durante el año pasado también hubo en Francia iglesias quemadas, destrozadas, arruinadas, manchadas, con estatuas y crucifijos destruidos, hostias volcadas y tabernáculos profanados: la parroquia de San Nicolás, al norte de París; la parroquia de San Alain, cerca de Tolosa; una iglesia, en Nimes; la iglesia de San Sulpicio, en París.
Las catedrales son tesoros invalorables no solo del cristianismo, sino de toda la historia de la humanidad, de la historia del arte. Son edificios que no sólo son una estructura arquitectónica, sino una “realidad” más profunda: lugares llenos de historia, de oración, de conversiones de grandes personalidades de la cultura francesa: el filósofo Jacques Maritain, el poeta Paul Claudel, el André Frossard.
La importancia de la “catedral” está contenida fundamentalmente en los nombres que la describen y definen. Como “Ecclesia mater”, remite a María y también a la institución, que es “madre” porque es principal de la diócesis. O el nombre de “Domus Dei”, “Casa del Señor”.
El ataque a la catedral de Nantes es en esencia un ataque a la “Iglesia del Señor”, a un corazón ya demasiado sangrante durante mucho tiempo, no solo en Francia, sino también en las regiones del mundo donde el cristianismo está prohibido: Corea del Norte, Sudán, Yemen. Y otros cincuenta países.
Incendiar una catedral es una imagen fuerte, una guerra declarada contra el cristianismo y sus símbolos. Lo es por dos razones: la primera, de carácter “psicológico”, por el aspecto que presenta en llamas; la segunda, de carácter “históricamente” cristiano: por su grandeza, la catedral expresa el concepto de un mundo que quiere elevarse hacia Dios y que se quiere romper, para hacer caer al suelo el mismo principio ideal del cristianismo, precisamente mirar hacia el cielo.
El vandalismo contra las puertas de las catedrales es una metáfora clara, evidente y brutal del socavamiento de la puerta del Cielo, socavamiento del hombre que quiere elevarse hacia Dios.
La Catedral de Nantes es famosa en todo el mundo por su estilo gótico. Construida hace más de 450 años, desde 1434 hasta 1891. Hubo personas que trabajaron para construirla; hubo personas que rezaron en esa iglesia. Con el incendio en Nantes se ha pretendido que toda esa historia viviente sea arrastrada por el viento, un viento hecho de llamas, barbarie y vandalismo. Pero a pesar de ello la fe cristiana volverá a resurgir y seguirá viva en el alma de los creyentes.
Más aún, ese fuego destructor se convertirá para los cristianos en el ardor de un nuevo “Pentecostés” de la Iglesia, en Francia y en el mundo, porque es en las persecuciones, los ataques y las tribulaciones que la fe en Cristo se purifica y fortalece, hasta convertirse en signo de victoria sobre las fuerzas del mal. Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat per saecula saeculorum.