Un anciano de 71 años que vive en Quilmes, un municipio en la zona sur cercana a la ciudad de Buenos Aires, fue asaltado días pasados por 5 delincuentes que ingresaron a su domicilio mientras estaba descansando. Fue golpeado, agredido y torturado para que entregaron el dinero que tenía en su hogar.
En un determinado momento, ante el descuido de los asaltantes, pudo tomar un arma que tenía para protección y logró hacer escapar a sus agresores, quienes tenían antecedentes policiales y judiciales y formaban parte de la barra brava de la hinchada del club Quilmes, histórica institución de la zona.
Uno de los delincuentes se lastimó al intentar escapar y fue alcanzado a pocas cuadras por el anciano agredido, que había salido con su arma a perseguir a los delincuentes. Según el testimonio de un testigo, el malviviente se encontraba encorvado, tomándose del estómago o del pecho. En ese momento vio acercarse al anciano con su arma en la mano, quien se puso al lado del joven herido y le efectuó un disparo, cayendo en el asfalto.
A continuación, el anciano volvió a efectuar un disparo al joven caído y empezó a pegarle patadas. Una cámara de seguridad en la zona confirmó gran parte de la declaración del testigo.
Además, los resultados de la autopsia practicada en el cuerpo del joven muerto confirmaron que tenía dos disparos en su cuerpo: uno en su hombro derecho, después de ingresar a la altura del tórax, en la sexta costilla izquierda, y otro cerca del abdomen, que al ingresar le rompió la arteria aorta y la cava, lo que llevó al shock que le causó la muerte.
Los resultados también confirman que los disparos le fueron efectuados a quemarropa. En síntesis: el anciano asaltado y agredido corrió a uno de sus agresores, lo alcanzó y lo remató.
A posteriori, el agredido estuvo detenido tres días en la comisaría de la zona y ha sido acusado por el fiscal interviniente de “homicidio simple agravado por el uso de arma de fuego”. A causa de su edad y de su estado de salud, se le concedió la prisión domiciliaria.
Como es habitual en este tipo de situaciones, se ha planteado una gran discusión, tanto en la Justicia, en los medios de comunicación y en los ámbitos progresistas garantistas, que siempre se ocupan más de presentar a los delincuentes como “víctimas sociales” y a los agredidos y asaltados como “privilegiados sociales” que tienen un mejor estándar de vida que sus agresores.
Pero en este caso en particular los hechos parecen darle la razón a los garantistas progresistas que sostienen que la actitud del anciano agredido fue delictiva y resulta condenable, ya que mató al delincuente que estaba desarmado e imposibilitado de defenderse. Lo mismo opina el fiscal del caso.
Pero estos mismos garantistas progresistas sostienen que toda mujer tiene derecho a matar al hijo que lleva en su seno, si se lo quiere sacar de encima. Pero en este caso no hay ninguna agresión, el niño/a gestado no cometió ningún delito, y tampoco puede defenderse. Sin embargo, dicen que matar al hijo que no se desea es un “derecho”.
En este sentido, este “pensamiento” progresista muestra con toda claridad y evidencia que padece de esquizofrenia hipócrita: condena que se mate a un delincuente pero justifica que se mate a un inocente. Sostiene que un delincuente tiene derecho a ser tratado con respeto y a tener la posibilidad de recuperarse o regenerarse, pero mata sin piedad a quien es totalmente inocente.
En todo caso, si el agredido debe ser condenado por matar a un delincuente, la mujer que mata a su hijo también debe ser condenada. Pedir “justicia” para un criminal y justificar la pena de muerte para un inocente es ESQUIZOFRENIA o HIPOCRESÍA, intelectual, psiquiátrica, moral y política.
En definitiva, la ética política progresista es pre-cavernícola a la enésima potencia.