Cuando Holanda introdujo medidas de cierre a mediados de marzo, el Barrio Rojo de Ámsterdam se transformó en una ciudad fantasma durante la noche. La declaración de pandemia tuvo algunos beneficios como el de interrumpir la práctica de la prostitución en el barrio rojo donde más de 300 rameras se prostituyen tentando a los transeúntes desde ventanas de los burdeles de la capital holandesa.

El distrito rojo en el centro histórico de Ámsterdam, conocido localmente como De Wallen, depende en gran medida del turismo de degenerados y normalmente atrae a más de un millón de visitantes al mes. La declaración pandemia, felizmente, sumió a la diabólica industria de la prostitución en profundos problemas financieros.

Cuando comenzó el cierre, muchas rameras optaron por regresar a sus países de origen en el este de Europa, según dice Felicia Anna, una prostituta rumana que fundó Red Light United, un grupo de rameras que representa a 110 mujeres que padecen este vicio.

Al borde de la bancarrota

Gracias a Dios, algunas han renunciado a la prostitución pues temieron infectarse con covid-19, como admite el sórdido Eric Hamaker,  dueño de de “Red Light Tax”, una oscura firma de contabilidad que maneja finanzas de muchas rameras.

El gobierno holandés dio luz verde para que los burdeles reabran a principios de julio después de anunciar originalmente que permanecerían cerrados hasta septiembre.

“Si hubiera sido septiembre, habría tenido que buscar otro trabajo y muchos propietarios de burdeles e inquilinos se habrían declarado en bancarrota”, dice la ramera Anita, como si prostituirse fuera un trabajo.

Que Dios las convierta y hagan penitencia.

Doctor en Filosofía

Leave a Reply

  • (no será publicado)