Educar hoy es una tarea especializada y problemática
Una sociedad jerarquizada en cambio, educa espontáneamente
Nicolás Gómez Dávila
Pocos reflejos tan cegadores y peligrosos de la modernidad, como el culto al pueblo. Toda tribu, clan, cultura, civilización, durante siglos fue dirigida por pro-humanos, congéneres que poseían en grado sumo el don del habla y de la visión. Los poseedores de la palabra y de la pre-visión, eran los encargados de asegurar la supervivencia de la mayoría. ¿Por qué? Repito, porque hablaban con voz profética y porque sabían ver a la distancia los obstáculos, y por tanto podían tomar las debidas precauciones para no sucumbir a las fieras, los elementos, los demonios, las plagas o el hambre. No cualquiera puede hacer esto mismo en el ámbito de su propia vida, cuánto más difícil sea hacerlo teniendo la responsabilidad de muchos.
Si le hubieran dicho a cualquier faraón, rey babilónico o emperador de la Cristiandad, que vendría el tiempo donde los grupos humanos serían dirigidos por quienes ellos mismos eligieran -¡por mayoría de votos!- hubieran esbozado una sonrisa escéptica y con un manotazo hubieran pasado a otra cosa, juzgando tal aberración como imposible. ¿Qué grupo humano se arriesgaría a tal insensatez?
Tal insensatez ha pasado, trayéndonos al estado de cosas en la sociedad que vivimos hoy, en donde cualquier abominación es permitida si la mayoría lo decide. ¿Cómo fue eso posible? Lo mismo se preguntaban los ángeles cuando vieron a los primeros padres desobedecer al Altísimo, labrando su propia ruina. Detrás de la mentira está siempre el padre de la mentira, aquél que fue homicida y mentiroso desde el principio. El misterio de la iniquidad.
Iniquidad en el original griego es una palabra que designa desobediencia al orden establecido. Anomia. El llamado anticristo es justamente eso, el hijo de la perdición, o hijo de la anomia: desobediencia, odio a la norma, inversión de las reglas, ruptura.
En nuestros días, como en el paraíso terrenal o en la ilustración, esa iniquidad tiene varios nombres, uno de ellos es el de horizontalidad. Usada como fundamento de todo actuar social, se extiende al ámbito familiar y por último, al ámbito personal. La anomia en el ámbito social es revolución, en el matrimonio es divorcio, en el personal es “deconstrucción”.
La horizontalidad hace de la jerarquía algo reprochable, de la estructura algo innecesario, de la verticalidad algo absurdo, de lo natural algo pasado de moda.
¿Qué es la sociedad anómica, sin jerarquía, sin estructura, es decir, horizontal? Una incapaz de educar y mucho menos, de fomentar en virtudes. Por más que lo intente –eficaz y eficientemente- faltará la disposición natural a la escucha, al testimonio y al ejemplo, que tiene una sociedad jerarquizada. En la sociedad actual, los que no saben difícilmente escuchan a los que saben, los ignorantes intercambian “ideas” con los eruditos impunemente, los descarriados reclaman igualdad de derechos y circunstancias con los virtuosos –las redes sociales se los brindan- todo en un círculo vicioso de relativismo, odio por las formalidades, y rechazo de las jerarquías. Un mundo en donde los patos le tiran a las escopetas.
La sociedad jerarquizada es por excelencia, la Cristiandad.