Sebastián de Aparicio, empresario y fraile en las Américas del siglo XVI

En momentos que en América hay sectores que pretender borrar la memoria histórica de la España católica en el continente salen a la luz historias de laicos comunes que supieron poner sus riquezas materiales al servicio de la causa cristiana
Publicado en julio 27, 2020, 8:49 am

Un irracional odio se ha cebado en las últimas semanas en Estados Unidos sobre figuras históricas como Cristóbal Colón, san Junípero Serra, Isabel la Católica, Miguel de Cervantes Saavedra, etc. Se cuestiona la civilización cristiana en su conjunto alimentando la Leyenda Negra contra la conquista y evangelización de América, pero paradójicamente al mismo tiempo se rescatan personajes de magnitud no menor a los anteriores, transmisores de cultura no menos que de fe.

Uno de ellos fue el beato Sebastián de Aparicio (1502-1600).

Inicialmente, fue un empresario carretero inmensamente rico,  analfabeto -lo que impidió que fuera ordenado sacerdote-, y terminaría sus días como limosnero en un convento franciscano, tras donar su fortuna e ingresar como fraile, ya anciano, después de enviudar dos veces.

 Sebastián de Aparicio, un multimillonario franciscano

Había nacido en Gudiña, y era el tercer hijo de Juan Aparicio y Teresa del Prado y el primer varón. No fue a la escuela, sino que aprendió los oficios del campo y el catecismo.

Siendo adolescente, emigró al sur, primero a Salamanca, al servicio de una viuda joven y rica. Luego pasó a Zafra, donde sirvió a Pedro de Figueroa, pariente del duque de Feria. Como ya sabía gobernar una casa y tenía grandes virtudes, pasó a servir en una de las familias principales de Sanlúcar de Barrameda. En los siete años siguientes ganó tanto dinero que pudo pagar las dotes de sus hermanas mayores.

En 1531 -el año de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego- Aparicio se embarcó para la Nueva España y se asentó en la recién fundada Puebla de los Ángeles. Allí se convirtió en empresario, montando una de las primeras empresas de transporte de América.

En 1542 se marchó solo a México. Solamente cuatro años más tarde, se descubrieron las enormes minas de plata de Zacatecas, a seiscientos kilómetros al norte de la capital. Hacia allí se dirigió. Su flota de carretas circulaba entre Zacatecas y México transportando viajeros, alimentos, herramientas y mineral de plata. También hizo de diplomático para persuadir a los indios chichimecas de que no atacasen sus convoyes. Su bondad y su honor le ganaron la amistad de estos indios tan belicosos.

Luego vendió su negocio y compró una hacienda ganadera en Tlanepantla, cerca de México. Allí atendía a todos los pobres y viajeros que se le acercaban. Vestía con modestia, comía lo mismo que sus criados y dormía sobre un petate; además, rezaba diariamente el Rosario .

Se casó por primera vez en Chapultepec, pero enviudó al año. En 1567 volvió a casarse, pero volvió a enviudar en seguida.

Ya con setenta años, descubrió su verdadera vocación: la de consagrado. Se acercó a las Hermanas Clarisas recién instaladas en México, les dio dinero y se puso a su servicio como donado, portero y mandadero. A finales de 1573 donó a las monjas toda su fortuna, cuyo valor rondaba los veinte mil pesos, y solo se reservó mil pesos.

En junio de 1574 tomó el hábito franciscano en el convento de la orden en México y se dedicó a los trabajos más humildes, como barrer y cocinar. El 13 de junio de 1575 Sebastián de Aparicio ingresó en la Orden Franciscana.

Ejerció de limosnero los últimos veintitrés años de su vida y tuvo que dormir al raso, viajar con lluvia, frío y calor… y nunca se quejó, entre otros motivos porque decía que recibía favores del Cielo. Este era su modo de vida: «Lo que yo hago es hacer lo que me manda la obediencia: duermo donde puedo, como lo que Dios me envía, visto lo que me da el convento; pero lo mejor es no perder a Dios de vista, que con eso vivo seguro.»

Falleció a los noventa y ocho años, en febrero de 1600. Su cuerpo está depositado en una urna de cristal en el convento franciscano de Puebla. Fue declarado beato en 1789.

Corresponsal de Argentina

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