Todo es trivial si el universo no está comprometido en una aventura metafísica
Nicolás Gómez Dávila
La modernidad, herejía madre de muchas otras herejías, produce como efecto necrótico, almas putrefactas y sociedades descoyuntadas. Llega el momento en que las soluciones a los males de un cadáver, no son sino foco de nuevos hedores e infecciones.
En su afán igualitario y horizontalista, extrajo de la cristiandad su densidad, dejando un cascarón reluciente y hueco, un abismo que ni siquiera es concebido como el mal, sino como mera monotonía. El nihilismo. (Escriba aquí todos los males que se le ocurran del mundo contemporáneo)
Poco menos que el infierno en la tierra, la modernidad trivializó “la más grande historia jamás contada” y terminamos hartos del time line de redes sociales, devorando información en grandes cantidades, terminando como empezamos, famélicos y hambrientos, convertidos en activistas de los temas de frontera.
Es difícil concebir un daño más cruel sobre las almas: inmortales, libres, inteligentes, capaces de la gracia y de la salvación, de repente disminuidas a estados larvarios, negados al asombro y a la reverencia. Reducidos al hartazgo y a la desesperanza, empleamos los dones que habíamos de entregar en la lucha por la vida eterna, en devorar series televisivas o pornografía. Un espíritu maligno de cara pantagruélica ronda todo el tiempo sobre nuestras cabezas, minando todo asomo de entrega o heroísmo.
Ante la epidemia de aburrimiento planetaria, la solución es -desde siempre- la única forma verdadera de entender la existencia: saber que estamos comprometidos en una lucha a muerte por nuestra salvación, saber que la hondura de la caída es algo cuyas verdaderas dimensiones nos fueron vedadas providencialmente -probablemente moriríamos de saberla a cabalidad, perdiendo la posibilidad de salvarnos- saber que el precio por nuestro rescate de esa caída era alto, saber que ninguna persona –ni la humanidad entera- era capaz de pagarlo, saber que ese precio fue pagado por Dios mismo, saber que la forma de pagarlo fue encarnando, muriendo y resucitando –milagro infinito- saber que ese rescate opera -sí y sólo sí- se cumplen ciertas condiciones, saber que de no cumplirlas iremos al infierno eterno. En una palabra, saber que la solución es ser católico.
Porque sí, todo es trivial si no somos católicos. Otro aforismo gomezdaviliano expresa esto claramente: “Si Dios no existe no es que todo esté permitido, sino que nada importa”.
Sin duda todo está permitido en estos tiempos, y mientras más vil y depravado sea, más aplausos recibe. Pero a este desastre permisivo hay que agregar la ruina de la desesperanza de que nada importe, porque entonces esa permisividad no opera bajo la forma de logro ni proporciona satisfacción alguna. Nada duradero puede construirse sin los dictados de Dios.
Y si esa trivialidad nihilista fuera algo que viviera únicamente en los ensayos académicos, poco importaría, pero vive en las personas, que, sin el compromiso de ganar el cielo peleando el buen combate de la fe, son presa fácil de la desesperanza, depresiones o peor aún, de ideas anti cristianas con las cuales pueden incluso hacer una carrera, alejándose cada vez más de la salvación.
Nada es trivial, todo es don, todo es gracia, todo es misterio.
Morboooooooo0
Buen artículo.
El nihilismo consume la sociedad de hoy en día, que en su afán de querer deconstruir las cosas «del pasado» terminan destruyendo la cordura del ser humano, llevandonos a activismos que luchan incluso por normalizar a las personas que se autoperciben como animales.
Una sociedad enferma desligada de Dios.