“El impacto de la ciencia sobre la religión aconteció en el siglo pasado
Lo que acontece en este siglo es el impacto de la técnica sobre la imaginación de los imbéciles”
Nicolás Gómez Dávila
Ninguna época como la actual reúne tantas condiciones para la proliferación de bárbaros y los imbéciles. El campo de cultivo para esta multiplicación de la insensatez son las ruinas de la cristiandad, es decir, los vestigios de lo que antaño fue la autoridad, la ley, la jerarquía, el orden, y sobre todo, la contundente división entre el pecado y la virtud.
Espanta husmear en el pantano de estulticia de las “redes sociales”, en donde se topa uno con el catálogo completo de la infamia universal en boca de incontables iluminados posmodernos, que se asumen como “seres de luz”, cumbre de la evolución y representantes –al fin- del súper hombre, del Prometeo o sencillamente, del individuo libre e iluminado.
Esperanzados, felices, presa de un frenético activismo, esta turba se divide entre los que caen en la categoría de los imbéciles y los que son sencillamente, bárbaros. Si bien la frontera suele ser tenue y de línea entrecruzada, los imbéciles son los que creen que la mentira es verdad y pretenden edificar sobre ella. Los bárbaros por el contrario, no son ingenuos, abrazan con firmeza la maldad, el vicio y el error, y lo propagan por donde se pueda. La vieja distinción entre culpa y dolo.
Dentro de los imbéciles podemos encontrar, por ejemplo, a los adeptos de cualquier utopía moderna, cualquier “ismo” basado en el olvido de la condición caída del ser humano. El espectro es amplísimo, pero los ejemplos más obvios son los protestantes, los marxistas en todas sus presentaciones, los adeptos del éxito y el liderazgo, los que confían en la bondad del líder o partido político, los consumidores de todo el espectro de la automotivación de corte orientalista, los cruzados de las nuevas causas justas de corte ecologista, animalista o gluten free, y los adoradores de la salud y el bienestar.
Los bárbaros son en primer lugar, los líderes de muchos de los grupos de imbéciles, es decir, el marxista encumbrado, el líder motivacional con 5 bestseller en la bolsa, el gurú de turno o el youtuber millonario. Es decir, el que sabe que vende mentiras y aun así las vende.
Pero existe otra categoría de bárbaros aún más peligrosos, que no necesariamente se beneficia del mercado de la estupidez y de la mentira, sino que se solaza en la apología y la ejecución del pecado y la abominación aún sin ganar nada ni recibir nada a cambio. En este espectro cae el hembrismo totalitario, el abortismo, el comunismo militante, el anarquismo, la masonería, el afán deconstructivista y en general, toda actividad destructiva (le llaman “revolucionaria”) del orden y las instituciones cristianas. Tanto imbéciles como bárbaros pueden llegar a estar convencidos de que hacen el sumo bien. ¡Al fin la humanidad en buenas manos!
Lo que tanto imbéciles como bárbaros tienen en común –para desgracia del mundo- es la amplificación de sus voces e ideas por medio de la tecnología, que resulta el foro perfecto para diseminar el error: sin orden ni control, al alcance de todos, sin censura de contenido, (a menos que sea contenido del viejo régimen, es decir, de la cristiandad), y sin otra afición que no sea la de estar alienado ad perpetuam.
El misterio de la iniquidad que esto implica, deja al observador moderno –en estado de olvido del pecado original- en constante estado de perplejidad, preguntándose qué pudo haber salido mal, y al observador católico con la sencilla convicción de que la vida en gracia por medio de los sacramentos, es decir, la vida como parte activa y orante del cuerpo místico de Cristo que es la Santa Madre iglesia, es la única apuesta inteligente en medio de este mundo “que está todo bajo el maligno”. (1 Juan 5:19)