La batalla final será contra la familia, aseguró la Santísima Virgen María en alguna de sus apariciones.
Lo más común hoy en estas cuestiones es un ejército de jóvenes que van de noviazgo en noviazgo, sumidos en el paradigma del ideal del amor romántico, que orilla a buscar sin compromiso, y a comprometerse sin fuerza, guiados por el principio de placer en lugar de por la responsabilidad y el servicio.
La comanda es ser feliz a toda costa, es decir, según los dictados del mundo, obtener placer, comodidad y novedad, haciendo lícito el descompromiso en cuanto esto deja de cumplirse. ¿Qué familia puede crecer en este campo de cizaña?
Sabiamente, la Iglesia coloca al matrimonio dentro de los sacramentos de servicio, no prometiendo a los esposos, más que esa sencilla garantía: el servicio nunca se acaba, bien de cara al cónyuge, bien de cara a los hijos. La familia es la constructora de la civilización, de la nuestra, de la Cristiandad.
Por ello es triste constatar la actitud raquítica actual con relación al noviazgo y al matrimonio:
- Tener muchas parejas antes de “elegir” a la correcta. (Promiscuidad, fornicación)
- Tener relaciones sexuales con todas tus parejas para “conocer” tu sexualidad. (fornicación)
- Vivir juntos para “ver si son compatibles”. (Fornicación)
- Vivir en “unión libre” (Fornicación)
- No casarse antes de los 30 (Renuncia a las primicias del vigor)
- Una vez casados, “disfrutar” el matrimonio algunos años, antes de los hijos. (Cerrarse a la vida)
- Uno o dos hijos es más que suficiente. (Pecado mortal de uso de anticonceptivos o abortivos)
- Infidelidad frecuente. (Fornicación)
- En cuanto surjan problemas, separarse porque “es mejor” para los hijos. (Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre)
Este escenario de penuria, hace elegibles opciones abominables para la sana doctrina católica y para la institución del matrimonio. Parejas en unión libre, con divorcios previos, con hijos de otra persona, uniones homosexuales, la mayoría determinadas fundamentalmente con base en la atracción sexual, madres solteras, hijos sin padre o sin madre, educados por la televisión y por el espíritu del mundo, cerrando el círculo en una espiral de pecado que no hace más que crecer.
En el siglo XX, varias generaciones de padres y abuelos tuvieron que sufrir en sus hijos, el embate del mundo contra la familia, resignándose en las últimas décadas a aceptar que sus hijos tuvieran relaciones sexuales sin matrimonio, y por lo tanto, sin ninguna seguridad para la mujer en caso de embarazo, dejando secuelas profundas en las almas, al desperdiciar el don de la sexualidad sin tener derecho a hacerlo. Se trata de un asunto de dones y derecho a ejercitarlos. El don de la sexualidad otorgado por Dios, es un bien al que sólo se tiene derecho dentro del matrimonio, y sólo de cara a la fecundidad y la procreación Que esta claridad tan católica respecto a la unión de un solo hombre con una sola mujer sea tan contrario al espíritu del mundo, es prueba suficiente de la santidad de este don divino, tomando en cuenta el estado diabólico de la moral dominante hoy en día.
No olvidemos que el don y mandamiento del matrimonio y la familia, fue la única de las bendiciones que Dios no nos retiró ni a raíz de la caída ni a raíz del diluvio.
Aborto, sodomía, fornicación, divorcio, adulterio, han reemplazado a una institución católica tan sencilla y a la vez tan fundamental que se abarca en la palabra matrimonio. ¿Qué ambiente mejor que el catolicismo para formar una familia: amor que tiene como base el compromiso y el respeto antes que la lujuria, imposibilidad de divorcio, garantía de ayuda entre familias, hijos educados con padre y madre, cuidado y censura pública de la institución matrimonial, seguridad afectiva y económica para mujeres, reconocimiento social para el esfuerzo del varón, y por si fuera poco, conocimiento público del pecado mortal, en cuanto uno de los cónyuges deja de comulgar, dando la posibilidad de extirpar antes de que crezca, el demonio del adulterio y el divorcio.
Si la batalla final es contra la familia, ¿qué esperamos para defender a toda costa el matrimonio católico?