Podemos hacer un breve ejercicio de comprobación de hasta qué punto el adversario ha intentado torcer lo dispuesto por Dios en el Génesis –un “código fuente” de la creación, haciendo pensar y actuar a las personas en contra de lo allí dictado, demostrando de paso, que la vida de las personas en esta supuesta era atea, está rebosante de una dimensión religiosa invertida, llena de mentiras, blasfemias, gnosis, agnosis, idolatrías y abominaciones, pero ciertamente no de ateísmo.
Lo religioso, imposible de extirpar del espíritu humano, se vuelve dañino en una sociedad secular, pues el hambre de sentido, unidad y verdad, hace al alma humana ir en pos de un sinfín de espejismos que lo destruyen en vez de edificarlo.
Curioso comprobar que detrás de las objeciones típicas contra de la religión, el cristianismo en general, o el catolicismo en particular, se hallan las referidas al control, la dominación, la alienación y la corrupción, como si el mundo secular se hallara libre de todas esas culpas, cuando es precisamente su más acertada definición y el entorno más propicio para que se desarrollen todos estos males.
Si el Génesis afirma un Dios que crea de la nada cielos y tierra, la lengua viperina del demonio nos ha convencido de nebulosas, big bangs, azar y evoluciones varias, todo con tal de ocultar en las almas el natural deseo de reconocer y alabar al Creador.
Si el Génesis afirma que Dios separó la luz de la oscuridad, el adversario se empeña en convencernos de las bondades de las mezclas, de la posverdad, del relativismo, de los ecumenismos, de los diálogos interreligiosos y de la tolerancia a todo, propiciando lo híbrido, reduciendo así el sentido de lo santo, lo puro, lo separado, lo “kadosh”.
Si Dios ordena que semillas, árboles y animales se reproducen “según su especie”, el diablo orilla a la mente humana inventar todo tipo de mezclas, transgénicos, híbridos y manipulación genética.
Si Dios creó al ser humano macho y hembra, la ideología de género se ha encargado de normalizar la idea inconcebible de poder mudar nuestra condición más esencial de acuerdo a nuestro sentir subjetivo, y encima, sin referirse a esto como una locura y una abominación, antes bien, con la exigencia de reconocimiento social y legal a tamaña estupidez.
Si Dios santificó el sábado y ordenó descansar un día a la semana, el diablo se encargó de hacernos parecer una gran idea ser “workaholics”
Si Dios formó al hombre de polvo -si estamos vivos es por su aliento como un don para nosotros- el mundo nos ha convencido de nuestra suficiencia, belleza, vanidad y narcisismo. El culto a las “celebridades” es un ejemplo extremo de idolatría.
Si Dios dio una prohibición directa al hombre con respecto a algo, la serpiente se encargó de convencernos que desobedecer al Eterno era una gran idea, y hasta la fecha, nos convence de que es una especie de opresión y merma a nuestra libertad, desobedecer las prohibiciones del Creador.
Si Dios dijo que el hombre unido a la mujer serían una sola persona, un solo ser, tanto como matrimonio como a través de nuevos seres humanos –sus hijos-, el demonio se encarga de plantear como opción el divorcio o los perrhijos, la fornicación, el divorcio, etc.
En resumen, somos una civilización que cree en metafísicas retorcidas, pero creyentes a fin de cuentas. Esta creencia religiosa se disculpa a sí misma aduciendo que se es espiritual, mas no religioso, pues esta noción tiene ya una carga negativa normalizada.
A este tipo de excusas podemos contestar que sí, que esto es igual que como el caso de Satanás, que es un ser espiritual, pero que tampoco va a misa.