Una sociedad irreligiosa no aguanta la verdad sobre la condición humana. Prefiere una mentira, por imbécil que sea.
Nicolás Gómez Dávila
Origen, destino y tragedia de la modernidad ha sido su rechazo a Dios y a la noción de pecado original y de nuestra naturaleza caída.
El recuento de los males de este olvido es incontable. El asombro es constatar día con día que esta insensatez en lugar de aclararse y detenerse, se perpetúa sin cesar. El mirar hacia atrás con esta conciencia en la mente produce algunos efectos notables.
En primer lugar suscita el asombro traducible más o menos así: “¿Dada la condición humana tan evidentemente frágil en todos los aspectos, y dados los ejemplos de todas las culturas a lo largo de los siglos, cómo es que llegó a germinar, crecer y vencer la idea de desterrar a Dios del centro de la cultura?”
Siempre es provechoso acudir al Antiguo Testamento cuando se inquiere sobre las fosas abisales del alma humana. Si tomamos en serio la enseñanza de la historia de la caída, no debería sorprendernos nada de lo que el ser humano en su condición caída es capaz de hacer. Esto incluye, por supuesto, el rechazo a su Creador, pese a la comprobación reiterada de todo lo que esto implica: la muerte.
De todos modos, y para hacer más grande la comprensión del misterio de la caída y el mal, uno no puede evitar demorarse en la contemplación de los primeros padres en estado de gracia, inocentes, acompañados por Dios en todo momento. ¿Qué fuerza tremenda y oscura debieron tener las palabras del demonio, qué odio disfrazado, qué plan violento e insensato en grado sumo había en su corazón podrido, como para hacer atractiva a los primeros padres la idea de desobedecer al Creador?
Del mismo modo, cuando uno sabe del poder y santidad enormes de nuestro ángel de la guarda, de igual modo quedamos sorprendidos. Nuestro ángel estuvo presente en el momento de la caída de Satanás y sus demonios, pero no fue seducido, permaneció fiel. Sin embargo, ¿qué desorden tan profundo logró Satanás hacer brotar en esos ángeles que se llevó consigo al infierno? Es decir, esos ángeles estaban en la presencia continua de Dios, y aun así el veneno del diablo los entorpeció a tal grado que se convencieron que desobedecer al Eterno era mejor. Es un misterio imponente.
Contamos hoy con un paralelismo pálido. Pongamos por ejemplo, el caso de un drogadicto en las últimas etapas de su adicción destructora. ¿Cómo llegó a este estado? Bastó con dar el primer paso, un pequeño desliz, un breve descuido de su libertad y de su voluntad, al probar por primera vez la droga: “¿Qué puede salir mal? Es tan sólo un poco”. Es decir, al demonio le basta este pequeño desliz para asesinar, porque sabe que una vez dado ese primer paso, la muerte es el último. Y el desliz lo provoca con base en una mentira. Por eso, Nuestro Señor Jesucristo en su segunda venida, trae consigo un estandarte: Fiel y Verdadero.
En segundo lugar se suscita algo más o menos expresable así: “¿Cómo es posible que no nos hayamos dado cuenta de ese error ni de sus trágicas consecuencias y emprendamos de inmediato la reinstauración de la base adecuada para la conformación de las conciencias y para la construcción de la vida social?”
Continuará…