Una sociedad irreligiosa no aguanta la verdad sobre la condición humana. Prefiere una mentira, por imbécil que sea.
Nicolás Gómez Dávila
Si la vanidad, el orgullo y la desobediencia están relacionados con la primera pregunta, la estupidez es el corazón de la respuesta a este segundo asombro. Recuerdo a los campeones del humorismo físico, en su habitual rutina de torpeza. Inician en una actitud muy formal y de repente se produce una primera torpeza, rompen un jarrón o un vidrio o cualquier cosa. El pudor interviene y quieren remediar apresuradamente ese primer error, pero lo hacen de manera tan torpe que acaban por romper un segundo objeto, y luego un tercero. El final es un caos provocado por un descuido –una falta de atención aunada a una actitud arrogante- seguido de una cadena de torpezas, errores y estupideces.
En la vida social, esa cadena de torpezas son los “ismos” en los que como cultura secular seguimos confiando y creando. No importa que todos los ”ismos” hayan demostrado su fracaso, el asunto –como en el caso del humorista que sigue rompiendo objetos- es crear más y creer que el siguiente “ismo” es el que al fin detendrá la cadena de estupideces.
Un efecto perverso es que cada “ismo”, asienta en la conciencia que el camino de los “ismos” es el adecuado y que no debemos buscar por otros caminos. Del mismo modo, cada “ismo” fracasado aleja de la comprensión completa del problema en cuestión, segmentándolo cada vez más en pequeños aspectos desconectados. Por eso, las soluciones son cada vez más estúpidas en lugar de ir al fondo de la cuestión, como si un drogadicto discutiera con otro qué tipo de jeringa deben usar para inyectarse, y si esa jeringa debe ser de cual o tal marca, concluyendo que la mejor opción es que debe ser una jeringa hecha con material biodegradable; cuando el problema de fondo es la drogadicción que padecen. Por eso encontramos hoy que la gran solución contra los grandes problemas son ocurrencias que han perdido de vista el problema raíz.
En tercer lugar surge una duda expresada más o menos de la siguiente manera: “Dada la eficacia de la destrucción de la civilización caracterizada por el rechazo a Dios, -al grado de estar sumidos en un estado desde el que apenas recordamos lo que era respetar a Dios y vivir dignamente- tiene que ser un plan maestro de destrucción ejecutado pacientemente por los enemigos de Dios y de los hombres.”
Y esto tiende a volvernos maniqueos conspiranoicos. Así se le llama ahora, pero no es nada nuevo. Se trata de pelear el buen combate de la fe, contra las potestades, principados y dominaciones que gobiernan las tinieblas. Hubo un tiempo en que la Cristiandad tenía bien definidos a los enemigos contra los que uno tenía que luchar y contra los cuales estar atentos de manera permanente: mundo, demonio y carne. Pero uno de los efectos negativos de la modernidad sobre la Cristiandad es haberle diluido este componente metafísico, espiritual y escatológico. El resultado de esta disolución es que hoy tendemos a ver a la Iglesia únicamente en su aspecto asistencialista, es decir, como una especie de gran ONG, cuya única misión es ayudar a los más pobres. Del mismo modo, es común oír al católico promedio que el catolicismo consiste en ser “buena persona”. Los “ismos” del mundo se han reproducido hasta este extremo de ver a la Iglesia convertida en casa de asistencia o lugar turístico, defendida por católicos que convencidos que el elemento moral es el único elemento del cristianismo, y que no tardan en adoptar la moral de otras religiones o la moral del mundo, repitiendo como mantra que “el objetivo es portarse bien”.
El asunto es que ese “plan” en verdad existe, se trata de una lucha sin tregua que se inserta dentro de un plan más grande, el plan de salvación. En este contexto es donde la pelea del buen combate de la fe es de hecho, la más noble y la más heroica que pueda cualquier persona emprender. La religión puede ser vista desde el punto de vista de la psicología profunda, como la cristalización y puesta en funcionamiento –al servicio del bienestar de las personas- de los arquetipos más profundos y poderosos de la mente. Sabiendo eso, Jung afirmó que la Iglesia Católica era la gran maestra de la humanidad. Si existe un plan malévolo ejecutado pacientemente para la perdición de las almas, existe otro plan, benévolo, que lo abarca y supera. “Donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia”.