Donde abunda el pecado sobreabunda la gracia. Ley divina. Este prodigio actúa con o sin participación humana, ciertamente con o sin comprensión nuestra: “la semilla brota y crece sin que él sepa cómo” (Mc 4: 26-29). Esto anula de tajo las arrogancias protestantes que exigen que sí sepamos cómo es que la gracia actúa en nosotros, como condición para que actúe. De esta arrogancia se apoya el argumento que prohíbe el bautismo de niños. De esta vanidad tremenda al aquelarre progresista actual, que dice que las personas pueden “decidir” su “género” hasta que tienen uso de razón, no hay más que un paso. El horror. Dios es mayor que nuestra conciencia (1 Juan 3, 19-20).
El anterior es solo un ejemplo de lo que pasa cuando el magisterio de la Iglesia deja de ser el centro de la edificación del ser humano. Ese dique se rompió hace tiempo, el Katejon está en retirada hace tiempo ya.
En este entorno líquido, el catolicismo en muchos de sus bautizados se diluye también. Baja autoestima espiritual e histórica, asedio mediático y condena mundana unánime, orillan al católico a hacer concesiones indebidas. La Iglesia de los primeros siglos se enfrentó a condenas similares también, pero no sufrían de baja autoestima y, ciertamente, se negaron a hacer concesiones al espíritu del mundo. No se orillaron más que al martirio, para Gloria del Eterno.
Sin embargo, no estamos en los primeros siglos de la cristiandad. Hoy las condiciones objetivas adversas son similares, pero las herramientas espirituales son menos fuertes. “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lucas 18:8). Por ello, es que muchos católicos compran la idea de estar en desventaja, en una especie de retirada o en una batalla a punto de perderse, olvidando que Cristo “ha vencido al mundo” (Juan 16:33), y olvidando el ejercicio de las virtudes teologales, sobre todo la esperanza: hay muchos católicos “en resistencia”.
Desde un punto de vista humano y mundano, esta etiqueta se explica con facilidad. Estamos en desventaja en todos los frentes, la cultura es prácticamente pagana y crecientemente satánica de forma expresa. Ideas anticristianas y específicamente anticatólicas se apoderaron de la mayor parte de las conciencias. No se ve final al túnel. Por ello, los defensores de la verdad, en vista de esa desventaja, se asumen –igual que si de una saga hollywoodesca se tratara— como “la resistencia”.
Candorosa misión. Sin embargo, la Iglesia no es resistente, purgante y triunfante, sino MILITANTE, purgante y triunfante. De modo que militamos, no resistimos. Al que resiste, en efecto, le queda poco tiempo, igual que al que aguanta o soporta está condenado a perder.
Por el contrario, nuestro llamado es a militar, a guerrear, a pelear el buen combate de la fe (1 Tim 6:12). Quien combate se sabe del lado del ejército victorioso, va gallardo a la batalla, dispuesto y gozoso a todas las consecuencias, sabe en quién ha puesto su confianza (2 Tim 1:12) y del lado de quién pelea, por lo que toda la vida, e incluso morir, para nosotros, es una ganancia (Fil 1:21).
¡Cristo es Rey!