Cuántas veces hemos oído decir a miembros de otras denominaciones religiosas que los católicos son idólatras porque van en contra del precepto divino de no hacerse imágenes de lo que está en el cielo y en la tierra. Algo que se debería hacer para intentar comprender la Biblia es leerla completa y contrastar dónde aparentemente dice lo uno y dónde lo contrario, pues conjugando los versículos se llega a lo profundo del mensaje. No es lo mismo decir mi hija es mala, que decir mi hija es mala en matemáticas; algo parecido ocurre cuando solo leemos de manera aislada un pasaje. Los enunciados bíblicos no son mantras que se puedan pronunciar de manera aislada y desconectados del resto de los textos.
Lo que no habría que hacer es inventarse divinidades, es decir, ídolos. Un ídolo es todo aquello a lo que se le rinde un culto que solo pertenece a Dios. Sin ir más lejos, se podría decir que muchas veces se raya en estos comportamientos con cantantes, futbolistas, etc. En ocasiones, esos grandes futbolistas son los nuevos Peter Pan de adultos que no han crecido y, en lugar de dar sentido a su vida, prefieren ir siempre detrás. También se raya en la idolatría cuando se pagan cantidades ingentes por un mechón de pelo o un trozo de tela de la camisa de un cantante. Una cosa es esmerarse por conservar una astilla de la cruz de Cristo, y otra muy distinta un trozo de tela de la camisa de un artista.
La Iglesia, a través de los siglos, se ha tomado el trabajo de analizar estos pasajes dispersos a lo largo de la Biblia y conjugarlos para encontrar un sentido profundo a la enseñanza que Dios nos quiere transmitir. También habría que tener en cuenta la cronología, ya que algo puede servir para un tiempo bíblico y no para otro (el caso de tener más de una mujer en el antiguo testamento y que Cristo “deroga en el nuevo”), ya que se corre el riesgo de caer en anacronismos.
Los protestantes suelen citar Éx. 20, 4: No te harás imagen ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. Pero se olvidan de Éx. 25,18: Asimismo, harás dos querubines de oro macizo, y los pondrás en las extremidades de la cubierta.
Hacerse imágenes de lo que hay en el cielo es muy peligroso porque nadie ha visto el cielo, y de seguro nos haríamos una imagen falsa porque es algo que excede a nuestra capacidad. Y convertir en ídolos a personajes humanos es poner al hombre por encima de Dios. Se puede seguir argumentando a favor y en contra de las imágenes porque en Nm. 21, 8 dice Dios: Hazte una serpiente abrasadora y ponla sobre un asta, y acontecerá que cuando todo el que sea mordido la mire, vivirá. También se puede contrarrestar este pasaje con 2 Re. 18, 4: Él fue quien quitó los altos, derribó las estelas, cortó los cipos y rompió la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque los israelitas le habían quemado incienso hasta aquellos días; se la llamaba Nejustán.
La serpiente como figura no era mala, ya que el mismo Dios mandó construirla. El problema vino cuando la figura se convirtió en ídolo. De Dios no se pueden hacer imágenes, ya que no podemos tan siquiera imaginarlo, pero una vez que Dios baja a la tierra, asumiendo también nuestra humanidad, no se hace ningún mal recreando una imagen de esa naturaleza humana que nos ayuda a pensar en Dios. Cuando se mira la foto de una madre fallecida, no se convierte la foto en la madre, se recuerda a la madre a través de la foto. Por esa misma regla de tres, cuando una madre fallece y se va al cielo, eso no es hacerse una imagen de lo que está en el cielo, eso es hacer una imagen de lo que estuvo aquí y se fue al cielo. Pues lo mismo con Cristo. Y de la misma manera que una madre que se fue al cielo intercede por un hijo que quedó en la tierra, los santos que estuvieron en la tierra interceden por la Iglesia militante; y hacer una imagen de esos santos y pedir que intercedan por nosotros no es Nejustán. Si todas esas imágenes nos llevan a Dios, no hay problema; el problema es cuando esas imágenes se convierten en Dios. Dos personas ante una misma imagen, pueden “uno idolatrarla y el otro no”. Es nuestro corazón el que tiene la capacidad de idolatrar, no las imágenes. El dinero puede ser tu Nejustán, el trabajo puede ser Nejustán, la política puede ser un Nejustán, los hijos pueden serlo. Nejustán es todo aquello que nos aparta de Dios.
Dedicado a: E.R.T.