La presente crisis de la Iglesia y, por ende, del mundo, es una fase más, perfectamente establecida, prevista, querida y guiada por Dios, en el plan de salvación de la humanidad antes del juicio final. Una pasión de la Iglesia que debe pasar al igual que su Señor la padeció. Gratitud a Dios por hacernos vivir en estos tiempos.
Entiendo, también, que este escenario tenebroso (Lucas, 22:53) esté marcado por el sueño, la violencia y la huida. Los apóstoles dormían mientras Judas conspiraba y, después de un breve combate violento, los apóstoles huyeron. Sólo el Señor permaneció fiel a su misión amorosa.
¿Permaneceremos en vela, dispuestos al martirio o, por el contrario, nos hemos de quedar dormidos en el podrido miasma del mundo? ¿O bien, después de un breve entusiasmo combativo saldremos huyendo al cabo de las primeras refriegas? ¿Nos rendiremos a la marca de la bestia o seremos de los que perseveremos hasta el fin? (Mateo, 24:13)
¿Qué claves podemos tener en este aspecto, qué señal ha de guiarnos para saber permanecer fieles, dado que en estos tiempos, debido al aumento de la iniquidad, el amor de muchos se enfriará? ¿Cómo saber que no seremos de esos muchos?
Combatir en redes sociales en defensa del catolicismo es muy fácil. ¿Qué pasará cuando debamos elegir entre actuar o dejar que se cierren las iglesias?
Oh, claro, eso ya pasó en este año. ¿Y qué pasó?, ¿nos quedamos dormidos, huimos, peleamos? Pocos alzaron la voz, pocos lucharon, la mayoría cumplimos asistiendo a misas por internet. Nos mantuvimos a salvo como los apóstoles esa noche. No fuimos azotados ni capturados. ¿Al menos nos acercamos a la residencia de Caifás a ver cómo era tratado nuestro Señor? Todos vimos estos meses –por televisión, claro- cómo se incendiaban iglesias, todos hemos visto estos años cómo se legalizan abortos y eutanasias. Han pasado tres siglos en que todos vimos cómo el mundo democrático y secular apostataba de Cristo y su reyecía. Y todos nosotros seguimos pudiendo comprar y vender. Y la mayoría usamos cubrebocas.
¿Qué sucedió con los apóstoles la noche de la Pasión? La Biblia calla. ¿Se reunieron al cabo de unas horas en algún lugar secreto, discutieron entre ellos, durmieron algunas horas, se llenaron de terror, de dudas, de esperanza? Seguramente se hicieron reproches mutuos; unos, culpándose de su cobardía, exigiendo acciones inmediatas; otros, escudándose en una cobardía con cara de prudencia, prefirieron seguir guarecidos; otros, realistas sin esperanza, afirmaban que nada podía hacerse, que les habían ganado la batalla mediante traiciones; todos reprochándose que no habían entendido bien la enseñanza del Señor. Sentían que se habían quedado solos.
¿En dónde estaba el culpable? ¿Sencillamente cabía señalar a Judas como, sin duda, el traidor, o cabía seguir en el autorreproche? ¿Qué cabía hacer? ¿Seguir predicando? Ya habían expulsado demonios y curado enfermedades en nombre de Jesús. ¿Debían seguir haciéndolo, o retomar su vida anterior y esperar que el tiempo curara sus heridas?
Hoy nos preguntamos qué hacer también. ¿Adaptarnos a los dictados del mundo, dado que casi todo parece perdido? ¿Cultivar nuestro catolicismo en secreto y, guarecidos del peligro, hacer el menor ruido posible, defender tibiamente nuestra fe en medio de falsos ecumenismos y fraternidades masónicas, culturas de muerte y relativismos blasfemos? ¿Luchar con fe, esperanza y amor, sabiendo en todo momento que Cristo ha vencido a la muerte y que Jesús ha pedido por Pedro, para que su fe no se apague, y que cuando se haya convertido nos confirme en la fe católica? (Lucas, 22:32)
¿O permanecer en oración, como seguramente la Santísima Virgen María lo hizo?
¿En qué consiste ser católico en los últimos tiempos?