Mediocre. Así lo calificó el presentador del podcast 1Peter5, comentarista católico americano, Dr. Steve Skojec. Los comentarios del debate, de ambas partes del espectro político, han estado de acuerdo en que ninguno de los dos candidatos ganó más adeptos dentro del sector de los “indecisos”, que forman una plataforma cada vez más grande en la arena política del país del norte.
Biden mostró sus manos, y subsecuentes fotos y videos muestran que tenía cables debajo de su solapa y debajo de la manga de algún elemento electrónico que no se identifica. Algunas especulaciones apuntan a que era un aparato médico para inducir ciertas dosis de medicamentos en el organismo. Titubeó bastante, su parafraseo parecía ensayado. Los tópicos se les dan de antemano a los debatientes, así que ambos saben qué temas se van a tocar.
Trump se veía cansado, aunque su personalidad masculina tipo A, o Alpha, imperó, interrumpiendo a Biden, tanto que el moderador, Mr. Wallace, perdió todo control del debate. Trump es conocido por esta seguridad y autoadmiración que los fans le perdonan porque las cosas se hacen. Después de tener tantos presidentes que lo único que hacían, al mejor estilo latinoamericano, era prometer y no cumplir, Trump es aire fresco en la Casa Blanca. Claro que no convenció a ningún indeciso y ambos candidatos perdieron esa oportunidad y, por el contrario, como dijo el analista político Tucker Carlson: “muchos están pensando en no votar en esta elección” (tenemos que recordar que en EE.UU. el voto no es mandatorio).
Para poner un poco en contexto el estilo agresivo de Trump y por el cual es criticado, voy a mencionar algunos famosos insultos de la historia estadounidense en épocas de debates y campañas presidenciales.
John Adams se refiere a Alexander Hamilton, nacido fuera del matrimonio en 1755, como un “bastardo mocoso y bebedor de whisky”. En el diario Prensa Libre, de Detroit, se lo nombra al entonces candidato Ulysses Grant como “borracho, imbécil y sin cerebro”. La palabra pimp, en inglés, significa proxeneta, muy insultante para alguien que va a ocupar el puesto más alto de la esfera de un país; pero así lo llamó un diputado de las Carolinas al presidente Franklin Pierce: “usted es el proxeneta de la Casa Blanca, ha descendido tan bajo que es hasta difícil poder odiarlo, solo sentir disgusto y enojo”. Abraham Lincoln tenía muchos enemigos y los insultos más extraños y abundantes. Fue llamado vendedor de nuez moscada por la fama de estos vendedores de engañar a las personas en el pesaje; negociante de caballos, que en el contexto de la época era el que vendía caballo viejo por potrillo; y “Nighman”, un hombre que limpiaba retretes por la noche, lo calificó de contador de historias sucias, tirano, bufón, esperpento, agrio, fantasmagórico, pirata, usurpador, caballo y pordiosero, entre otros epítetos.
El siglo XIX no se caracterizó por ser más delicado en cuanto al trato entre enemigos políticos. El General Jackson fue llamado hijo de prostituta e hijo de un hombre mulato y, más tarde, esposo de una adúltera, aunque parece ser que esto sí era verdad, pues se casó con una mujer que no estaba todavía divorciada. El presidente Cleveland, en 1884, fue llamado “leproso moral” y “arma corrupta de Wall Street” por el San Francisco Chronicle. Como último ejemplo, el insulto a John Adams, de su oponente Thomas Jefferson, que lo llamó “asqueroso hermafrodita que no tiene ni la fuerza ni la firmeza de un hombre, ni tampoco la gentileza y sensibilidad de una mujer”. Ciertamente, la lucha por el poder político saca lo peor de las personas.