Es la religión verdadera
Lo afirmamos así, en contra del espíritu del mundo, contra la tibieza relativista. Qué pequeñez del ser humano cuando no tiene celo por la Verdad y se conforma con el “todo vale” y el “respeta la opinión de otro”. Qué afirmación vital y compromiso con la vida del católico que sabe que está del lado correcto. Qué bendición, qué ganas de invitar a otros a vivir esta gracia divina.
La gran maestra de la humanidad
A la condición caída del ser humano no la alivia ninguna terapia, coaching, psicología ni modo de vida. Solo tiene su correspondencia en la sana doctrina de sabernos caídos, de vivir el llamado a la salvación, de obtener la gracia santificante derramada por la Iglesia y de clamar por obtener la vida eterna después de nuestra peregrinación por este valle de lágrimas.
No es doctrina humana
Los sabios de todas las épocas adoraron a dios o dioses generados por el alma meramente humana en su condición caída. Lejanos, ideales, sin carne, estaban lejos de imaginarse el escándalo del Dios verdadero, su encarnación, pasión, muerte y resurrección. Esto no se le ocurrió a nadie, jamás. “Los pensamientos de Dios no son los pensamientos de los hombres” (Isaías 55, 8-9).
Unidad y autoridad
Tan extraordinaria es esta unidad y autoridad de la Iglesia, que desde siempre, y no solo hoy, es una gracia entre los hombres. Ni siquiera los individuos alcanzan fácilmente la unidad y la congruencia en el nivel psicológico. Los gobiernos en la historia, ¿no son de lo más frágiles y fugaces? En cambio, la Iglesia es una, pese a persecución, hambre, herejías, liberalismos, ideologías. Lo es, incluso, pese a sus fieles y sus sacerdotes. Gloria a Dios que, haciendo uso de su soberanía, instauró su Iglesia y la dotó con la promesa de que las puertas del Infierno no prevalecerán sobre ella. ¡Esperanza en la batalla, católico, Cristo ha vencido a la muerte!
Depósito de la fe
La Iglesia garantiza el debido culto y la fe que salva. La iglesia redactó y formó las sagradas escrituras. La apostolicidad es la marca de la vivencia del evangelio, desde mucho antes de la consolidación del nuevo testamento, y esa marca está salpicada, no de sesudas hermenéuticas o contextos con los que las herejías pretenden arrogarse el criterio correcto, sino con la sangre de los mártires y con la efusión primera de pentecostés. ¿O es que el Espíritu Santo se quedó dormido durante 1500 años, hasta que despertó en los escritos de Lutero? Basta ya de tanta tibieza y de tanta concesión al espíritu de la mentira.
Eternidad vs. historicidad
Una, Santa, Católica y Apostólica. Qué hermoso delinear de las características de la Santa Madre Iglesia. Ni siquiera tenemos los recursos psicológicos, en medio de la mundanal apostasía, para concebir enteramente lo que significa este prodigio. Nuestros paradigmas son fragmentos de la gloria del imperio católico de mejores épocas, y nuestras pobres almas se encuentran a merced de resiliencias y mindfulness de moda. ¿Qué bárbaros del norte o qué nuevos mundos podría civilizar el “progresismo” posmoderno, en medio del caos relativista y, sobre todo, enarbolando qué autoridad moral?
La otra vez, un hombre atribulado, después de charlar un rato sobre los problemas de la mediana edad, me preguntó que a qué grupo pertenecía y que si podía pertenecer él también.
Pertenezco, por gracia de Dios, y no por mérito propio, a la Iglesia Católica.