Nada patentiza mejor la realidad del pecado,
que el hedor de las almas que niegan su existencia.
Nicolás Gómez Dávila
En la labor de evangelizar cristianos o católicos tibios, ignorantes o engañados, uno debe tener cuidado incluso de no hablar de entrada con conceptos de imposible concepción o aceptación para ellos. A tal grado las categorías mundanas han adormecido las almas de los bautizados. El problema se extiende hasta algunos sacerdotes, que, ignorantes o negacionistas de los novísimos, del demonio y, en este caso, del pecado, pueden resultar muy perjudiciales para la grey.
La realidad del pecado, explicada para las almas materialistas y hedonistas, puede comenzar a entenderse desde la materia o desde las emociones, es decir, desde un punto de vista meramente naturalista. La realidad de la muerte, del sufrimiento, de la desdicha, la enfermedad, la angustia y las múltiples y constantes penas de la existencia, son una buena metáfora para ligarla con lo que llamamos pecado.
Acudir a la etimología también nos puede ayudar. La raíz hebrea de la palabra indica errar el blanco o el camino. Fallar. Equivocarse trae siempre consecuencias negativas. Tarde o temprano se paga ese error. Derivar todo lo que una persona dada puede estar sufriendo cuando acude a la fe para obtener una respuesta a ese concepto trae de inmediato ciertos corolarios:
1.- Indica la existencia de una diana, un blanco, una marca que sirve de criterio objetivo para saber si se ha fallado o no. Por supuesto, aceptar esto en el entorno sensiblero, subjetivista y relativista que impera, es ya todo un reto. Pero supone una seguridad y una belleza que es difícil de resistir para el alma de buena voluntad. ¿En verdad existe un criterio objetivo para definir el camino bueno del malo? De eso habla el salmo 1, la Didajé de los apóstoles, la puerta ancha y la estrecha en la parábola del Señor (Mateo 7, 13)
2.- Supone el reto de asumir responsabilidad y culpa. La psicología atea imperante se niega a usar la palabra culpa, evitando por todos los medios situar a la mente del que sufre dentro de este paradigma, con el pretexto fácil de que no beneficia en nada hacer leña del árbol caído. En realidad, hay pocos conceptos o categorías que sean tan útiles como la culpa en la ardua labor de construir personas y sociedades virtuosas. La culpa sirve para algo. De otro modo, nos ubicamos en la situación tan lamentable de hoy, en la que la culpa es de todos: el patriarcado, Cristóbal Colón, los popotes, el capitalismo y un largo etcétera, antes que nuestra.
3.- Aparece la ventana hacia la salvación. Si se nos hace ver objetivamente que está dentro del ámbito de nuestra responsabilidad, remediar nuestra culpa y renunciar al pecado, como Dios le hace ver a Caín (Génesis 4, 5-7), y no tomamos esa oportunidad, se abre la puerta a yerros mayores. Caín no tomó la oportunidad que le dio Dios al hacerle ver su yerro y la manera de salir de él, y lo que vino luego es de todos conocido. Desde entonces y desde esta renuncia al bien, la sangre de muchas personas clama al cielo, comenzando por la de Abel.
Hablemos con lenguaje católico, alejémonos de utopías modernas y luchemos por la reinstauración de la Cristiandad, única vía para la salvación de las almas y para la construcción de sociedades agradables a Dios.