Los ánimos escatológicos están encendidos en los últimos años. Personas de toda hechura espiritual, e incluso personas ateas, son “apocalípticos” en alguna medida y de muchas formas. La oferta de apocalipsis tiene forma de zombies, desastres ecológicos, meteoritos, 5G, coronavirus y un largo etcétera. Existe también, por supuesto, el enfoque apocalíptico original, el de la Parusía, los últimos tiempos, el juicio final, el triunfo final del Reino de Dios, etc.
En general, esto obedece a distintas causas: crisis económica y social, una generación X en pugna con la generación millenial, una acelerada descristianización de la cultura, y por qué no, la pandemia actual, que ha hecho realidad mucho de lo que el cine apocalíptico plasmó en su momento.
¿Queremos que venga el fin? Pareciera que una generación en particular pidiera a gritos un castigo para el mundo, pero «¡Ay de los que ansían el Día de Yahveh! ¿Qué creéis que es ese Día de Yahveh? ¡Es tinieblas, que no luz!» (Amós5.18) Pulsión de muerte o hartazgo, es evidente que el clima apocalíptico campea a sus anchas por las conciencias en la actualidad.
Sin embargo se trata de una escatología contaminada, carente de lo sobrenatural. Del fin del mundo no importa ya la salvación del alma o la doctrina de los novísimos, sino cómo afectará al tipo de cambio y a nuestro próximo destino vacacional.
De lo más interesante a constatar cada vez que renace el ansia por el fin, es de observar, el olvido en el que se tenía, aún siendo un aspecto esencial de la Cristiandad: “Y de nuevo volverá con Gloria, para juzgar a vivos y muertos”, decimos en el Credo. Y además, cada vez que renace el ánimo escatológico, lo hace con un sinfín de rémoras y parásitos cada época de crisis. No es lo mismo esperar la Gloriosa Parusía, signo de que nuestra liberación está cerca, teniendo bien asentado el horizonte sobrenatural de la salvación del Señor, que esperar el apocalipsis posmoderno, cuyo dolor más grande pareciera ser el fin de las comodidades del mundo burgués, cosa dolorosísima por lo que parece, se pertenezca o no a ese estrato social.
A la espera sublime de la segunda venida del Señor, que nos debe encontrar fieles y vigilantes, se superpone pues, la desesperanza del burgués hastiado de la crisis, y que ve en el fin del mundo el fin forzado de sus problemas o el castigo de los que no comparten sus convicciones, todo esto, en medio de la histeria cultural propia de escatologías enfermas, derivadas de una cultura apóstata, sazonada con Códigos da vinci, Caballos de Troya, Nibirus, Anukakis, lunas de sangre, y demás aspectos y personajes del gnosticismo posmoderno, que tanto daño hacen a la sana doctrina.
Este ánimo irracional, arrebatos emocionales y psicosis ante la pérdida de las comodidades del mundo, propios del protestantismo, logran permear incluso en aquellos en quienes se esperaría una sublime espera de la Parusía, católicos educados, informados, sinceros, que de repente se ven sumidos en este fango, en gran medida orillados por algunos youtubers apocalípticos que han hecho de esto, su forma de vida.
Permanecer en vela, vivir los sacramentos de la Iglesia, temblar y no pecar, penitencia y oración sin cesar. ¿Qué de todo esto ha dejado de ser obligación del católico en todo tiempo y lugar, y no solo cuando nos invade la sensación de que la Parusía está a la vuelta de la esquina?