En el año 1933, bajo el gobierno de Franklin Delano Roosevelt, se firma la Orden Ejecutiva 6102, que obligaba a los ciudadanos de Estados Unidos a entregar todo el oro en su poder. Esta norma obligaba a los americanos a entregar a la Reserva Federal todo el oro del que dispusieran, y a cambio recibirían 20,67 dólares por cada onza troy (31,1 gramos). Los infractores de esta norma sufrirían multas de hasta 10.000 dólares o diez años de prisión, incluso ambas penas a la vez. Gracias a este decreto, el gobierno federal dispuso de grandes cantidades de oro y pudo elevar el precio de este metal para transacciones al extranjero hasta el nivel de 35 dólares la onza.
No hay que olvidar que, desde 1913, el dominio de la Reserva Federal se encontraba en manos de un pequeño grupo de banqueros sionistas. Y que el gobierno americano no tenía ni tiene al día de hoy control ninguno sobre este banco central. Hay que destacar también, que jamás han sido auditadas ni publicadas sus cuentas. La paradoja es que Estados Unidos no estaba en guerra ni había ninguna situación de emergencia que lo justificase. En resumidas cuentas, los dueños de la reserva federal cambiaron papel por oro, es decir, cambiaron 20 dólares (fabricar un dólar cuesta 5 centavos) por 31 gramos de oro, y todo esto por la fuerza de un decreto.
Ese mismo año, el presidente Roosevelt reconoce el régimen de Stalin en Rusia sin consultar con el Congreso, y también dio la orden de estampar en el dólar el ojo que todo lo ve y el lema “Novus Ordo Seculorum”. En 1934, se reformaron las leyes del secreto bancario suizo. Esto fue instigado por la banca Rothschild con la intención de preparar la financiación a los dos bandos en la Segunda Guerra Mundial, como lo hicieron siempre en todas las grandes guerras, ya que se penaba con cárcel desvelar dicho secreto por parte de cualquier funcionario. Suiza es el centro de poder donde nacen todos los grandes centros de control mundial, y no es casual que permaneciera neutral e intocable durante la guerra.
Todo esto se explica un poco cuando se sabe que Franklin Delano Roosevelt, miembro reconocido de la masonería, era también miembro de la organización mundialista CFR (Consejo de Relaciones Exteriores, una de las organizaciones creadas por la masonería). Su larguísima presidencia (1933-1945) le hizo incurrir en “grandes errores” tras la segunda guerra mundial, cuando cedió abyectamente a Stalin el control de media Europa y permitió, por “negligencia”, una formidable infiltración comunista en el tejido gubernamental de los Estados Unidos. Estos disparates motivaron que se suscitase una enmienda constitucional por la que se prohibió que un presidente prolongase su gobierno a un tercer período, como había sido el caso de Roosevelt. Su vinculación a los medios mundialistas está más que demostrada.
Si a la orden ejecutiva promovida por Roosevelt le sumamos el reconocimiento del régimen de Stalin, la estampación en el dólar del ojo que todo lo ve y el lema, que era masón, que pertenecía al CFR y que más tarde, tras la Conferencia de Yalta, cedió media Europa a Rusia a cambio de que diesen el visto bueno para crear las Naciones Unidas, algo que los Rothschild llevaban intentando crear desde hacía más de cien años, no se puede negar la evidencia de que el presidente americano formaba parte de todo este tinglado sionista-masónico.
Tampoco hay que olvidar que tras la Segunda Guerra Mundial se establecieron los acuerdos de Bretton Woods; acuerdos que dieron lugar a la creación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, quedando establecido, desde entonces, el dólar estadounidense como moneda de referencia internacional y que empezó siendo respaldado por el oro incautado a los americanos tras la Orden Ejecutiva 6102 y que más tarde acabaría circulando sin respaldo ninguno como simple papel. Pero trataremos más a fondo la cuestión de los acuerdos de Bretton Woods en otro artículo.