Las sectas hacen un daño enorme a las almas. Imposible dimensionar el daño que pueden hacer a familias durante generaciones enteras. Clanes enteros viviendo sin sacramentos, sin la intercesión ni de los santos ni de la Santísima Virgen María, pensando que es normal el entorno de flaqueza moral y material en el que viven. Imaginemos la situación de una persona sin bautizar, educada en ambientes relacionados con una u otra secta, con la aspiración espiritual adormecida y, lo que es peor, contaminada por el mundo. Se trata de una condición de abandono de la que solo el Espíritu Santo puede rescatar. Con Su Gracia, esos corazones pueden ser recuperados, sanados y restaurados. Podemos ayudar con mucha oración por la conversión de aquellos que no han recibido este fundamental sacramento de iniciación cristiana, puerta de la vida eterna, llave para poder ser llamados “hijos de Dios”.
Cuando por Gracia de Dios, en la mediana o tercera edad, a esa persona le nace el deseo de bautizarse en la Santa Iglesia, puede encontrarse con distintas dificultades.
Si no ha tenido un acercamiento respetuoso a la Iglesia, la sola idea de acudir a entrevistarse con un sacerdote le puede generar una sensación de rechazo debido al sinnúmero de ideas negativas sobre esa figura. Cosa triste propiciada por siglos de secularización, masonería y embates anticatólicos. Considerar negativa la idea de un hombre consagrado a Dios, en cuyas manos tiene el poder de consagrar el pan y el vino, y dotado de una dignidad única, tanto en cielo como en la tierra, resulta algo natural solo en el enfermo entorno anticatólico que padecemos.
Luego viene el tema doctrinal. Acostumbrados a la inmediatez de obtener lo que se desea con solo apretar un botón, el catecúmeno puede desanimarse ante la idea de estudiar lo básico de la doctrina católica, máxime cuando son personas llenas de actividades de todo tipo. Tener que pasar tan solo 2 horas durante algunas sesiones en un curso, les parece algo inaudito e imposible. Se trata, en fin, de una situación que la Gracia de Dios propicia y lleva a término, cuando así lo decreta. Cabría suponer que una persona a sus 55 años, por ejemplo, terminará lo que ha empezado y se bautizará, cueste lo que cueste. Pero de todo hay en la viña del Señor.
Resulta muy provechoso, por supuesto, el apoyo incondicional de la familia, quien puede animar y facilitar el proceso. Del mismo modo, el acompañamiento de un sacerdote afín al alma del catecúmeno puede resultar crucial. A veces, sin depender de la exposición amable o rigorista del magisterio de la Iglesia, la falta de empatía del sacerdote con el catecúmeno puede descarrilar el proyecto.
Y aun así, cada alma bautizada es un milagro y un don de Dios. De los bautizados cabe esperar siempre nuestra militancia manifestada en oración y evangelización. Desde nuestra condición de pecadores podemos y debemos orar a tiempo y a destiempo, por nuestra conversión y por la de los demás.