Se habla mucho y se cuestiona también constantemente sobre el dinero que el Estado da a la Iglesia y sobre el salario de los curas. En este artículo trataremos de aclarar este tema para que en futuras ocasiones se pueda contestar con claridad a quienes piensan que la Iglesia es mantenida por el Estado.
Los curas tienen las mismas necesidades básicas que cualquiera. No viven del maná como el pueblo de Israel en su bagaje por el desierto. Necesitan el vil metal de la misma manera que lo necesitamos todos para cubrir los gastos indispensables de nuestra subsistencia.
Un 57% del dinero que entró en 2018 en la Diócesis de Madrid (cuarenta y nueve millones de euros) procedían de las limosnas en cepillos y otros mecanismos de donación de los fieles. Un 20% vino de la asignación tributaria, casilla que marcamos los católicos para beneficiar a la Iglesia y que cualquiera puede marcar para beneficiar a cualquiera otra ONG y que representa el 0,7% de los impuestos que pagamos. Y un 23% viene de los fondos procedentes del patrimonio de la propia Iglesia. Esta fuente está sometida a un control fiscal y contable equivalente al de cualquiera otra entidad civil.
En términos generales y hablando de España, un sacerdote gana 900 euros brutos (hay que restar impuestos) y un obispo 1250, porque entre una diócesis y otra puede haber alguna diferencia. A los curas no los alimenta el Estado, los alimentan los católicos, y, siendo serios, a los curas tampoco los alimentan los católicos, se alimentan ellos con el trabajo que realizan. Hay que tener en cuenta que tienen que pasar por un proceso de aprendizaje que los capacitaría para ganar grandes sueldos en otros ámbitos laborales. El trabajo de los curas puede parecer irrelevante para muchas personas, pero esto suele ocurrir por falta de información.
Los sacerdotes sirven a su comunidad religiosa enseñando la Fe, dirigiéndoles, preparando y dando sermones, dirigiendo el culto y leyendo textos sagrados. Proporcionan guía espiritual y consuelo en momentos de aflicción y pueden organizar apoyo práctico para las personas. Y no solo los sacerdotes, sino la Iglesia en todo su conjunto. Daremos una pequeña información del año 2018 sobre esta labor, aunque es mucho mayor:
En el campo de la instrucción y la educación, la Iglesia administra en el mundo 71.305 escuelas infantiles frecuentadas por 7.303.839 alumnos; 101.527 escuelas primarias con 34.558.527 alumnos; 48.560 institutos de secundaria con 20.320.592 alumnos. Además, sigue a 2.345.799 alumnos de escuelas superiores y 2.945.295 estudiantes universitarios. En los países desarrollados, estos centros suelen cobrar del Estado por alumno, pero bastante menos que lo que vale una plaza pública en un colegio público, pero en los países subdesarrollados esta labor se hace de manera gratuita.
Los institutos de beneficencia y asistencia administrados en el mundo por la Iglesia engloban: 5.269 hospitales con mayor presencia en América (1.399) y África (1.367); 16.068 dispensarios, la mayor parte en África (5.907), América (4.330) y Asia (2.919); 646 leproserías distribuidas principalmente en Asia (362) y África (229); 15.735 casas para ancianos, enfermos crónicos y discapacitados, la mayor parte en Europa (8.475) y América (3.596); 9.813 orfanatos en su mayoría en Asia (3.473); 10.492 guarderías con el mayor número en América (3.153) y en Asia (2.900); 13.065 consultorios matrimoniales, en gran parte en Europa (5.676) y América (4.798); 3.169 centros de educación o reeducación social y 31.182 instituciones de otros tipos.
En resumidas cuentas, no existe una organización a nivel mundial que ofrezca tanto y cueste menos que la Iglesia. La labor de la Iglesia es una labor humanitaria y espiritual. Esta última no tan valorada por quien no comprende bien la eficacia que redunda de ella en lo tangible. Muchos ladrones se han rehabilitado gracias a esta labor, muchas familias se han recuperado gracias a esta labor, mucha gente dejó la droga gracias a esta labor, y el mismo que escribe tiene una vida digna y una familia estructurada gracias a esta labor. No quiero cuantificar la cantidad de gente que durante esta crisis y otras crisis han podido comer, vestir, pagar la luz, el agua, etc., gracias a las Cáritas Diocesanas, porque entonces este artículo se podría hacer interminable.