Un faro es una torre de señalización luminosa situada en el litoral marítimo o tierra firme como referencia y aviso costero o aéreo para navegantes. Antiguamente, no era más que un fuego colocado en lo alto de una torre que vigilaba un farero para que los marineros pudieran orientarse. En nuestra vida espiritual tenemos tres faros para no perdernos por muy grandes que sean las tormentas: la Biblia, la Tradición Apostólica y el Catecismo de la Iglesia.
No es difícil que a muchas personas les parezca hasta inútil el emplear el tiempo en detenerse a explicar a los que son católicos, qué cosa es ser católico. Como podría parecer absurdo explicarle a un marinero lo que es un faro. Desgraciadamente, corren tiempos donde se hace necesario no ya explicar a un marinero lo que es un faro, sino explicar a muchos católicos qué es serlo. No basta para ser católico con estar bautizado, se requieren algunas características más, aunque estar bautizado es requisito indispensable.
Para ser paciente de un hospital, requisito imprescindible es entrar por las puertas del hospital, de la misma manera que bautizarse es requisito imprescindible para ser católico. Pero si el paciente tira la comida que le dan, no obedece a los médicos, insulta a las enfermeras y no sigue los tratamientos que le proponen… ese paciente no es un buen paciente. De la misma manera, por el mero hecho de estar bautizado, si no se conoce la Biblia, si no se conoce el Catecismo, si no se respeta la Tradición, si no se está incluso de acuerdo con la ley natural (en el principio hombre y mujer los creó), si incluso conociendo la Biblia y el Catecismo y la Tradición no se les da ninguna autoridad… ese católico no es buen católico. Cuando se entra en un hospital se espera salir con vida de él (para eso se entra). Y cuando se entra en la Iglesia a través del bautismo, también se espera salvar el alma. Si se es mal paciente, se corre el riesgo grave de no salir con vida del hospital, y si se es mal católico se corre el riesgo grave de perder la vida eterna.
Juan 10, 1: «En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ese es un ladrón y un salteador.»
La Iglesia Católica es una sociedad que, como toda sociedad, tiene el derecho de imponer sus condiciones para admitir a alguien como miembro, así como el de expulsar de su seno a aquellos de sus miembros que no cumplan con las condiciones con que fueron admitidos, y lo hace por medio de la «excomunión». La excomunión es, pues, ser expulsado de la Iglesia Católica con todas sus tremendas consecuencias, como son: perder la vida de la Gracia, todo el mérito de las buenas obras hechas o por hacer y no participar del Tesoro espiritual de la Iglesia, que son los sacramentos y los méritos de N. S. Jesucristo y los santos.
Catecismo 2272. La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. «Quien procura el aborto, si este se produce, incurre en excomunión latae sententiae» (CIC, can. 1398) es decir, «de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito» (CIC, can 1314), en las condiciones previstas por el Derecho (cf. CIC, can. 1323–24). Con esto, la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia, lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido.
Los sacramentos tienen poder de actuar en el alma de una persona, pero los sacramentos, de la misma manera que los tratamientos médicos, para que sean efectivos hay que recibirlos dentro de un orden. Para recibir la Sagrada Comunión no se debe estar en pecado mortal, y para estar en pecado mortal se deben reunir tres requisitos:
Materia Grave (aborto, adulterio, sexo fuera del matrimonio, no asistir a misa el domingo sin justificación, etc.). Pleno Conocimiento de que se ha incurrido en materia grave (ser consciente de la gravedad del pecado cometido) y Plena Libertad (no haber sido forzado a incurrir en el pecado grave). Cuando se dan estos tres supuestos, no se debe acudir a la Comunión (quien lo come y bebe indignamente, se traga y bebe su propia condenación, no haciendo el debido discernimiento del Cuerpo del Señor, 1ª Corintios, 29).
Para poder comulgar tras haber incurrido en pecado mortal hay que arrepentirse y confesar los pecados ante un sacerdote. Y no se perdonan si se confiesan directamente con Dios (salvo alguna excepción). Cristo depositó el poder de perdonar o no, en manos de la Iglesia: “Así como el Padre me envió a Mí, así yo los envío a ustedes”. Dicho esto, sopló sobre ellos: “Reciban el Espíritu Santo, a quienes perdonen los pecados les queden perdonados, y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar’” Jn. 20, 21-23.
Toda la doctrina de la Iglesia se encuentra muy bien articulada en el Catecismo. El catecismo es un libro doctrinario, en él se establecen las bases del catolicismo, indicando cuál es su pensamiento acerca de la Fe. También se explican en este texto las tradiciones de la iglesia y cuál es el modo de actuar según su moral, lo que significa que en este libro se exponen las más elementales creencias que ha tenido a lo largo de los años la Iglesia católica. No se es católico cuando no se intenta seguir la doctrina. Hay que desear ser fiel a la doctrina. Los sacramentos, cuando son bien recibidos, dan la fuerza a lo largo de la vida para integrar esta doctrina. La Iglesia es Madre y acoge a todo pecador arrepentido, pero no se nos debe olvidar que también es Maestra.
Un marinero que no pone la vista en el faro es un marinero a la deriva. Y un católico que no pone la vista en las enseñanzas de la Iglesia (que se derivan de la buena interpretación de la Biblia), es un católico a la deriva.