Desde tiempos inmemoriales, el respeto por los muertos es algo que va en el ADN de la humanidad. Todas las culturas han mostrado respeto por los muertos, y cuando alguien se saltaba este precepto ha sido tenido por bárbaro. En la antigüedad se amenazaba con maldición a quien osara profanar una tumba. Transcribimos lo que pone en una lápida hallada en Córdoba, fechada en el siglo VI y que incluye debajo el garabato de un ahorcado: Si alguien removiera este sepulcro, sea partícipe de la suerte de Judas. Lo curioso es que Santiago Abascal, en el debate de la moción de censura acaecido el pasado 20 de octubre de 2020, acusó a Pedro Sánchez de practicar “religiones oscuras” y de ser un “profanador de tumbas”.
Pero Abascal siguió diciéndole lo siguiente:
Ustedes que se ríen de los creyentes y que les acosan, están en la superstición de cada tormenta, de cada huracán, de cada volcán y de cada sequía. Ustedes han comprado una religión supersticiosa, muy parecida a la de los chamanes y los brujos, con la que engañaban a las tribus para incrementar su poder. Cuando digo ustedes, no me refiero solo a los que están aquí, sino que en el concierto de las naciones se ha producido un concierto progre bastante amplio en este sentido.
Claramente, Abascal se estaba refiriendo a ese culto chamánico que es el cambio climático. Un culto que según pasa el tiempo se acomoda a nuevas expresiones. Hay que recordar que se empezó alertando del “calentamiento global” y el daño a la famosa “capa de ozono”, pero en vista de que el agujero se cerró, hubo que cambiar la estrategia, y ahora la alarma viene por el famoso “cambio climático” que se achaca al aumento del CO2 que, según dicen (entre otras cosas), es producido por la cantidad de excremento que producen las vacas.
El clima siempre ha tenido variaciones. Desde el final de la Edad Media hasta casi acabado el siglo XIX, la tierra pasó por un largo período de enfriamiento que los científicos denominan “pequeña Edad de Hielo”. En Londres se podía patinar sobre el rio Támesis. La pequeña Edad de Hielo comenzó repentinamente entre los años 1275 y 1300 y no se puede achacar al exceso de población ni al exceso de vacas.
Abascal continuó diciendo:
“No me refiero solo a los que están aquí, sino que en el concierto de las naciones se ha producido un concierto progre bastante amplio en este sentido”.
Quien conoce el tema masónico no tiene duda ninguna de que se está refiriendo a ese culto global que aglutina multitud de adeptos en torno al dogma de la sobrepoblación y de la necesidad de combatir a esta con el aborto, la ideología de género y la tentación original del feminismo radical. Un culto pagano donde se adora a Gaya (Madre Tierra) y hay que defenderla de un exceso de seres humanos. Aunque el trasfondo de todo esto es apoderarse de las materias primas y someter a la poca humanidad que quede. Pero Abascal fue concretando un poco más, y dijo:
Ustedes sigan mirando al cielo y anunciando el Apocalipsis. Nosotros estamos con el pueblo español, no con oligarquías enfermizas, degradadas e hipócritas, que desde sus mansiones nos venden nuevas religiones y nos dicen cómo hay que vivir, qué hay que comer, cómo hay que vestirse y cómo tenemos que viajar.
Presumiblemente, ese apocalipsis al que se refiere Abascal es el miedo que se está inoculando en la población a través de ese catastrofismo planetario, ese dogma pagano que quiere introducirse en lo más profundo de nuestras vidas para volver a configurarlas desde un prisma totalmente distinto y antinatural.
Ciertamente, Pedro Sánchez colabora con estas “religiones oscuras”, ya que está constado que durante la exhumación de Franco fue llevada a cabo una ceremonia masónica de castigo antes del traslado de los restos. Ceremonia que realizaron miembros del Gobierno. También existe constancia de que Zapatero pertenece a la masonería, y más concretamente a la logia “Humanidades”. Mariano Rajoy también es masón. Parece que nuestros políticos no solo quieren acabar con el culto católico, sino que colaboran con los que quieren instaurar una nueva religión mundial.