VERSALLES: JARDINES Y CLOACAS

Publicado en mayo 15, 2021, 9:18 am

El Palacio de Versalles es el símbolo del Barroco francés y fue el lugar desde donde reinaron Luis XVI y María Antonieta de Austria. Una obra que derrocha suntuosidad y lujo. Tiene 700 habitaciones, 2000 ventanas y 352 chimeneas. En su interior encontramos una selección excelsa de la mejor decoración: esculturas, muebles, telas e, incluso, 483 espejos. Esto sin tener en cuenta el famoso Jardín de Versalles, uno de los más grandes del mundo con sus 7.996.588 metros cuadrados. En resumen, un derroche de suntuosidad del mejor arte y la mejor estética. Pero no tenia cuartos de baños y se ocultaba de muchas formas la falta de higiene de la sociedad de esa época. Estaban muy avanzados en arte, pero muy atrasados en limpieza.

Los hábitos de higiene eran muy escasos, pues una persona se consideraba limpia si se lavaba las manos y la cara. La falta de baños hacía que la gente se aliviase donde podía, haciendo sus necesidades en cualquier rincón del palacio. También se utilizaban orinales que luego se vaciaban por las ventanas.

En 1715, el rey escribió un decreto en el que disponía que las heces en Palacio había que recogerlas una vez por semana. El olor corporal y la halitosis eran otros problemas frecuentes. Los perfumes servían para tapar el horrible olor de los cuerpos. A veces se usaban esponjas debajo de las axilas, impregnadas en hierbas aromáticas, las que también se usaban para enjuagar la boca. La cabeza se lavaba una vez al mes, los piojos eran habituales. Las pelucas disimulaban la suciedad y los bichos. Se inventaron las manos de marfil para utilizar de rascador debajo de las pelucas. En pocas palabras, no se afrontaba la higiene.

Se ve claramente que en esa época se invirtió toda la inteligencia y virtud en destacar lo bello y muy poca o ninguna en estudiar lo inmundo para darle solución. Las consecuencias de este desequilibrio se tradujeron en multitud de infecciones y enfermedades.

Para dar solución a lo inmundo hay que reconocerlo en lugar de esconderlo. Y hay que afrontarlo en lugar de ocultarlo. En estos días ha explotado el pozo ciego que se venía desde hace tiempo ocultando dentro de la Iglesia en Alemania, y esto es solo la punta del iceberg. De la misma manera que en la época de Versalles todas las energías creativas se emplearon en promover el arte y la cultura, podría pensarse que en los últimos tiempos, dentro de la Iglesia Católica, todo el esfuerzo se haya empleado en promover y resaltar todos los pasajes bonitos y nada comprometidos del Evangelio. Se predica solo lo políticamente correcto, no se predica sobre el aborto, no se predica sobre la ideología de género, no se predica sobre la masonería, no se predica sobre el diablo.

En nuestro mundo, junto con la verdad, la belleza y el bien, coexisten la mentira, la fealdad y el mal. Es una utopía pensar que solo profundizando en los tres primeros conceptos y escondiendo los otros tres, podemos hacer del mundo un sitio apacible. Los arquitectos, cuando construyen una casa, piensan, estudian y proyectan ambas cosas. Contemplan los dos aspectos: la parte bella y la parte fea. El mismo Cristo en el Evangelio predica sobre las bienaventuranzas y sobre el demonio. La doctrina del Evangelio se preocupa y se ocupa de los dos aspectos. San Pablo decía: “ay de mí, si no evangelizara”, pero San Pablo acometía todos los temas, los buenos y los malos.

Creer que hay que centrarse solamente en lo positivo puede ser un error. La vida es dura y el mal está al acecho. Para evitar enfermedades e infecciones hay que estudiar el saneamiento, y para detectar a tiempo al enemigo de nuestra Fe hay que conocerlo a fondo, máxime en nuestros tiempos. El enemigo se esconde bajo multitud de formas, y todas las herejías del pasado parecen que han explotado a la vez inundándolo todo de inmundicia bajo multitud de apariencias (incluso buenas apariencias). Cuando se construye una casa, hay que hablar de los jardines y de las cloacas. Cuando se predica el Evangelio hay que hablar de la belleza del amor de Dios y de las asechanzas del diablo. Por evitar la guerra (espiritual), se está creando una mayor. Como dijo Maquiavelo: El que tolera el desorden para evitar la guerra, tiene primero el desorden y después la guerra. Hoy, a los católicos, se nos podría aplicar algo parecido: El que no predica los males de nuestro tiempo por no asustar al rebaño, primero tendrá un rebaño confundido y después perderá el rebaño.

Corresponsal de España

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