La tartamudez es un trastorno del lenguaje muy complejo. Se desarrolla en la infancia y hasta la fecha no se han encontrado las causas. Sin embargo, se sabe que los aspectos psicológicos y ambientales son determinantes para su desarrollo. Afecta mucho más a hombres que a mujeres (aunque en los pocos casos que se da en mujeres son muy graves). En algunos casos existe un componente hereditario y en otros no. Este trastorno, para las personas que lo padecen, supone un calvario desde el mismo momento de su aparición y que se prolonga durante casi toda la vida con consecuencias como burlas en el colegio, vejaciones, fracaso escolar, dificultades laborales, depresión, ansiedad, baja autoestima, dificultad para relacionarse, discriminación… La disfemia (su nombre científico) es, hasta la fecha, incurable. Puede modularse y, hasta cierto punto y dependiendo del grado, puede controlarse, pero en ningún caso desaparece completamente.
Pero en un momento determinado los tartamudos empezaron a organizarse, hicieron asambleas, se manifestaron por su derecho a ser respetados y aceptados por la sociedad, recaudaron fondos, recibieron subvenciones, aparecieron en televisión… Algunos años más tarde se empezó a inocular en la sociedad que la idea de que ser tartamudo no sólo era normal, sino deseable, se le invitaba a la gente a tartamudear e incluso se introdujo en el currículum del sistema de enseñanza para que los niños aprendieran a tartamudear cuando leían, cuando hablaban. Incluso, especialistas les enseñaban a hacer tics, espasmos musculares, tensar los músculos. Se hacían charlas y conferencias, y los famosos empezaron a aparecer en la televisión tartamudeando, aparecieron políticos tartamudos, se hicieron películas y series en las principales plataformas audiovisuales cuyos protagonistas eran tartamudos. También se hicieron anuncios, canciones, videoclips.
Las principales líneas de investigación comenzaron a publicar estudios que afirmaban que grandes artistas, compositores, investigadores, poetas… eran tartamudos. Los grandes lobbies tartamudos financiaban a determinados grupos mediáticos para estimular la tartamudez entre los jóvenes, e importantes científicos publicaban novedosos artículos justificando la exclusión de la tartamudez de los trastornos del lenguaje. Posteriormente, se diseñó una bandera que representaba a la tartamudez y que ondeaba en ayuntamientos, administraciones, eventos deportivos, se promulgó el día del orgullo tartamudo… También se empezaron a editar libros para adultos e infantiles cuyos protagonistas eran tartamudos.
Los tartamudos constituían un grupo oprimido durante muchos años, quizá siglos. Debían ser resarcidos construyendo un discurso global en pro de los tartamudos. Había que obligar a la gente a ser tartamuda con una agresiva campaña mediática. Naturalmente, los grandes fondos de inversión Black Rock, Fidelity y las grandes familias como los Rostchild o Rockefeller financiaron grandes corporaciones mediáticas y filantrópicas con la ayuda de los Gates y Soros para promover la tartamudez.
En el Parlamento Europeo y en los parlamentos nacionales y autonómicos se aprobaron leyes en las que se promulgaban que si un tartamudo era discriminado, la ley actuaría con toda contundencia. Se instauró un lenguaje inclusivo en el cual la palabra “tartamudo” era ofensiva y quien la utilizara corría el riesgo de convertirse en un paria. En lugar de tartamudo debía utilizarse el término “disfémico”. Si alquilabas un apartamento a un disfémico no podías desahuciarle, ya que pertenecía al grupo oprimido, y si lo despedías del trabajo podrías caer en desgracia.
Pero fueron más allá y se empezaron a promocionar cirugías para ser tartamudo. No sólo bastaba con solidarizarse con este grupo oprimido, había que serlo. Las consejerías de salud financiaban operaciones de “cambio de habla” donde las cuerdas vocales eran operadas para producir los “bloqueos” característicos de la disfemia. Podía decirse que ser disfémico era cool, era ser solidario con los disfémicos, y además podrías recibir subvenciones y ayudas y, por supuesto, contribuías a una sociedad más justa y más igualitaria. Y, finalmente, se creó el término “disfemiofóbico”. Cualquier persona que osara criticar todo este discurso era catalogado automáticamente como disfemiofóbico. Mejor era callarse y comulgar con el discurso dominante a morir socialmente por disfemiofobia.
Más adelante, en algunos países de la Unión Europea, Hungría, Polonia y República Checa, empezaron a surgir voces disidentes contra el discurso oficial. No se trataba de discriminar a los tartamudos, según ellos, sino de darles un respeto, pero no convertir la tartamudez en una forma de vida. La presidente de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, amenazó a estos países con retirarles los fondos europeos por disfemiofóbicos. Y así hasta hoy…
Evidentemente, la descripción anterior es pura fantasía, aunque el primer párrafo es totalmente verídico. ¿Verdad que nos resultaría totalmente surrealista si esto llegara a ser verdad? Pues debo decirles que ya es real.
Ahora, les pido que realicen un ejercicio mental: sustituyan del texto la palabra tartamudez por homosexualidad. ¿Qué tienen?
Y ahora les pido que reflexionen sobre la siguiente pregunta: ¿Por qué se usa el colectivo homosexual y no el colectivo tartamudo?
José Ruiz
Pablo, sencillamente MAGRISTRAL. Buena comparación y de una similitud magnifica con el tema en cuestión. Sin duda ninguna tu mejor artículo. Enhorabuena.