Existe un Gobierno que gobierna a los Gobiernos. Y no es ninguna teoría conspiranoica. Para ver y entender esta nueva realidad que se lleva fraguando hace décadas, hay que levantar la mirada de la televisión, de los quehaceres cotidianos y tomarse el asunto en serio. Tras la COVID, la ideología de género, el aborto, la inmigración indiscriminada y la eutanasia se esconden los nuevos artífices de esta nueva ingeniería social, y esos cinco conceptos son la herramienta de demolición para llevarla a cabo (al orden por el caos). La mayoría de los partidos que gobiernan, no gobiernan ya desde sus parámetros ideológicos. Son franquicias dirigidas por ese nuevo orden mundial.
El capital financiero es el nuevo emperador de este nuevo orden. Los grandes magnates del mundo son los encargados del diseño de esta nueva construcción, y la extrema izquierda es la encargada de la demolición cultural, social y nacional. De manera tácita los Estados nación se han convertido ya en meras franquicias al estilo de los McDonald’s de estos nuevos mandatarios.
Hasta los años 80, la izquierda tenía en el mundo un proyecto para destruir el capitalismo, y después de constatarse el fracaso del socialismo tras la caída del Muro (esto fue un signo, pero empezó mucho antes), comenzó el proyecto de demolición sin saber muy bien por qué reemplazar lo destruido. Pero, por otro lado, el capitalismo salvaje tenía un proyecto globalista para someter a las naciones bajo su control. Aquí ambos han encontrado el maridaje perfecto, unos destruyen y otros toman posesión de lo destruido. Y los que destruyen son financiados por los que tienen el nuevo proyecto o los que quieren implantar el Nuevo Orden Mundial.
Para empezar, tenemos que hablar de Tedros Adhanom Ghebreyesus, el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Su candidatura en 2017 a la OMS fue precedida durante meses por una campaña en su contra que desembocó en cientos de manifestaciones en todo el mundo por parte de sus compatriotas etíopes exiliados. En las protestas de Ginebra, en mayo, los disidentes portaban lemas como «los que matan no curan». Anterior al cargo de la OMS, el político etíope había pertenecido al Frente de Liberación Popular de Tigray, de ideología marxista-leninista (con eso queda dicho todo). Ese es el hombre que gestiona esta “pandemia” y está a las órdenes de las grandes farmacéuticas capitalistas.
En segundo lugar, tenemos la ideología de género. Se trata de un objetivo programático, que tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y especialmente tras la revolución cultural del 68 ha ido instalándose como uno de los modelos de pensamiento único de la postmodernidad. Betty Friedan (activista de izquierda, marxista) en su obra La mística de la feminidad, que obtuvo un Premio Pulitzer en 1964, arremete contra las “convenciones culturales” que valoraban el papel de la mujer como ama de casa y madre. En los años 70, Shulamith Firestone, una de las principales figuras del feminismo radical de corte marxista, afirmaba en su Dialéctica del sexo:
La meta definitiva debe ser no simplemente acabar con el privilegio masculino, sino acabar con la distinción de sexos misma.
Firestone es además partidaria de la pedofilia y del incesto. La Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, celebrada en El Cairo en 1994, introduce el concepto de “derechos reproductivos” para concebir el aborto como un instrumento de liberación de la mujer y de control demográfico para facilitar el desarrollo sostenible. La Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en Pekín en 1995, introduce la denominada “perspectiva de género”. Estas conferencias fueron coordinadas por la ONU. Así podemos ver cómo los militantes de extrema izquierda están coordinados con las instituciones internacionales.
Lo mismo ocurre con el aborto, pues de todos es sabido que el aborto es promocionado en todo el mundo por los militantes de izquierda y que es uno de sus dogmas. Por otro lado, el gran impulso al aborto le fue dado por «El Informe Kissinger» que fue solicitado por Henry Kissinger y aprobado el 10 de diciembre de 1974. El documento fue clasificado como confidencial y hecho público años más tarde.
Este informe plantea una visión negativa del aumento de la población mundial, y solicitaba una segunda parte del informe que debía centrarse en proponer estrategias para reducir la población de los países en vías de desarrollo. El Informe propone que se estudien y mejoren todos los medios para evitar o dificultar que se engendren nuevas vidas (anticonceptivos, esterilización, imposición cultural de un modelo de familia con dos hijos, adoctrinamiento desde los primeros años de escuela, creación de las condiciones que empujen a la mujer al mundo laboral y a contraer matrimonio más tarde). También, que se acepte la «solución» de eliminar una vida ya engendrada: el aborto. En palabras del propio Informe:
Ningún país ha reducido su población sin el recurso al aborto.
De nuevo, vemos cómo el capitalismo y la extrema izquierda coinciden es sus estrategias.
Con el tema de la inmigración vuelve a ocurrir lo mismo. Vemos como la extrema izquierda aboga por la eliminación de las fronteras y apoya, e incluso promueve, la inmigración irregular. El famoso Pacto de Marrakech dice lo siguiente:
El mundo es un espacio común y compartido, en el que la interconexión permanente y las tecnologías de la comunicación y el transporte generan flujos de personas, bienes, informaciones e ideas. Esto requiere un sistema de gobernanza multilateral, que es para lo que nació la ONU al final de la II Guerra Mundial y en pleno descrédito de los nacionalismos, que aún hoy no acaban de salir de escena.
Nacionalismos que aún hoy no acaban de salir de escena. No se puede decir más claro. Fue a raíz de este pacto que empezó a emplearse la palabra “migración”. Hasta ese momento las que migraban eran las aves, que no entendían de fronteras. Se quiere aplicar el mismo concepto a la inmigración y lo que se pretende es demoler las fronteras para acabar con los Estados. Todo esto en el fondo obedece a oscuros motivos. Un motivo importante es no dejar que los países pobres se industrialicen para así apoderarse de sus riquezas por explotar. El mismo Kissinger dice lo siguiente en su famoso Informe 200:
El crecimiento de la población en los países del tercer mundo es «un asunto de máxima importancia». La situación pone en peligro el acceso a minerales y a otras materias primas que los EE.UU. necesitan y que, por lo tanto, constituye una amenaza para su seguridad económica y política.
La periodista congoleña Ariana Nalda nos da una de las claves. Desvela quiénes son los que están tras las guerras que se promueven en países africanos con la finalidad de espantar a la población. Dice lo siguiente:
Es verdad que las empresas de telefonía pueden decir que nadie las ha visto haciendo la guerra en el Congo, pero está lo que llamamos la mano invisible, existen los inversores de la guerra. Quien financia los conflictos bélicos también es criminal, aunque no dispare con el fusil. Las multinacionales financian el conflicto, los grupos rebeldes, para conseguir los minerales. La gente quiere vivir, pero no puede porque hay alguien que, desde su despacho climatizado, ha decidido que para hacer los teléfonos tiene que haber muertos en el Congo.
No hay que confundir a los Estados Unidos con la masonería que tiene infiltrado su Gobierno. En función del candidato que gobierne (si es pro-masón o no. Han asesinado a más de un presidente por enfrentarse a ella) se llevarán a cabo, o no, estas políticas que hemos mencionado anteriormente. No olvidemos que al masón Kissinger debemos la liquidación del Líbano cristiano y próspero, y la quiebra de la economía mundial al disparar las dos especulaciones típicas de la era moderna: el precio del petróleo como energía básica y la especulación financiera. Desde Kissinger, los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Y la extrema izquierda se ha convertido en una empresa de demolición al servicio de las élites. Los opuestos se tocan y se abrazan.