Puede afirmarse que quien primero empleó de forma literal la expresión «leyenda negra», aplicada a la historia de España, fue la condesa Emilia Pardo Bazán, si bien históricamente fueron muchos los autores españoles que ya venían respondiendo a la propaganda antiespañola. Pero esa leyenda negra no se circunscribe solamente al ámbito de España, existe una leyenda negra europea –o, más bien, podríamos decir “falsedad histórica”– que a lo largo de los años nos ha hecho tener una visión pervertida y perversa sobre todo de las dos guerras mundiales. En esta columna hablaremos un poco de este asunto, pero nos centraremos en un acontecimiento que cambió el rumbo de la historia, como lo fue el bombardeo de Pearl Harbor. Éste originó que Estados Unidos entrara en una guerra que no le concernía en absoluto, y fue prefabricado por Roosevelt y la masonería para obtener la aprobación del pueblo americano para entrar en esa guerra.
Nos han vendido una imagen de Churchill y de Roosevelt que no tiene nada que ver con la realidad. Para empezar, diremos que algo que se mantiene siempre oculto: los dos personajes pertenecían a la masonería y ambos eran masones de grado 33. Alberto Bárcenas lo refiere así en su libro “Iglesia y Masonería”:
Porque si la Sociedad de Naciones fue un fallido organismo de cuño masónico, creado para ese fin, las Naciones Unidas, que continuaron sus trabajos, ni eran una creación menos masónica ni han dejado de servir los intereses de la secta desde su nacimiento”. Ya la primera idea que puso en marcha esta organización surgió del acuerdo de dos masones de grado 33: el premier británico, Winston Churchill, y el presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano –con perdón, pero era su nombre– Roosevelt.
Sin pretender en modo alguno hacer ningún tipo de apología o defensa de Adolf Hitler, es un hecho histórico que éste no buscó nunca la guerra con Europa (aun cuando fuere en Europa), ya que su obsesión fue siempre atacar a Rusia para frenar el avance bolchevique que se extendía por Europa. Reiteró en múltiples ocasiones esta intención y dejo muy claro a Churchill que jamás iría contra Europa. Incluso firmó un acuerdo con Inglaterra por el que se comprometía a no aumentar su fuerza naval, y que la mantendría en un treinta y cinco por ciento con respecto a la británica para no restarle la hegemonía de los mares. Así lo refiere Salvador Borrego en su famoso libro “Derrota Mundial”:
Entre los reiterados esfuerzos de Hitler por conseguir una firme amistad con Inglaterra figura el Acuerdo Naval Anglo-germano, firmado el 18 de junio de 1935. Según ese convenio, Alemania se comprometía a no construir una flota de guerra que fuera mayor al 35% de la flota británica. Hitler quería así que la Gran Bretaña continuara siendo la primera potencia marítima, en tanto que Alemania se convertía en una potencia terrestre para luchar contra la URSS.
Después del acuerdo naval anglo-germano, Hitler quiso entrevistarse con el Premier inglés, Mr. Baldwin, pero éste dio largas al asunto y no resolvió nada. “Cuando se lo comuniqué así a Hitler –dice Von Ribbentrop en sus “Memorias”–, su desengaño fue todavía mayor que el mío. Permaneció callado bastante tiempo, después levantó la vista hacia mí. Finalmente me dijo que durante años había tratado de conseguir un entendimiento entre Inglaterra y Alemania, que había resuelto la cuestión de la Flota de un modo favorable para ellos y que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa en común con aquel país, pero que, por lo visto, Inglaterra no quería comprender su actitud”.
Muchas cesiones hizo Hitler para ganarse la amistad de Churchill, pero éste, de manera incomprensible, rechazaba todas y cada una de ellas. “Incomprensible”, entre comillas, porque la realidad era que la masonería quería proteger a Rusia y el comunismo a toda costa y Hitler quería derrotarlo, en eso no cedía ni un ápice. Churchill y Roosevelt no defendían los intereses de sus respectivas naciones, defendían los intereses de la masonería. Esto puede sorprender a propios y extraños, pero a poco que se investigue la cuestión se puede llegar a esa conclusión.
Incluso, comenzada la guerra, Hitler (según historiadores objetivos) tendió la mano y tuvo gestos con Inglaterra para demostrarle que no quería su enemistad. Prueba de ello fue el episodio acaecido en Dunkerque. Así lo relata Salvador Borrego: “El 22 de mayo la tenaza de von Rundstedt llegó hasta el puerto de Boulogne, y el 23 a Calais. Las divisiones blindadas de Guderian estaban a punto de cerrar la trampa de Flandes. A las tropas aliadas no les quedaba más escapatoria que el mar, por el puerto de Dunkerque, y fue allí donde ocurrió uno de los más espectaculares hechos de la Guerra. Churchill proclamó como un triunfo que el ejército inglés, aunque perdiendo el equipo, hubiera salvado la vida. Lo que no se supo entonces fue que Hitler había hecho posible esa salvación en un nuevo intento para llegar a un acuerdo con Inglaterra”.
El autor incluso afirma que “Hitler perdonó la vida a más de 200.000 soldados ingleses, solo les impidió que se llevaran los equipos, pero los dejó retirarse hacia Inglaterra cuando los tenía a su merced”.
Mientras tanto, el masón Roosevelt no encontraba la manera de convencer a los americanos para entrar en guerra. Viendo que Alemania vencía a la URSS, decidió con la ayuda del CFR (organización norteamericana llamada “Consejo de Relaciones Exteriores”, dominada por el multimillonario judío Rockefeller) dar un golpe fatal para hacer cambiar a la ciudadanía de opinión. Esto dice Salvador Borrego: “El investigador norteamericano Emmanuel M. Josephson revela que ese inesperado cambio de frente japonés fue inducido y alentado por el Consejo de Relaciones Exteriores, poderosa organización israelita que funciona en Estados Unidos bajo el patrocinio de Rockefeller. Como Alemania no atacaba a Norteamérica, ni le hacía ninguna demanda, ni le dañaba ninguno de sus intereses, Roosevelt seguía tropezando con dificultades para intervenir íntegramente en la guerra, a favor de la URSS. Entonces se hicieron esfuerzos secretos a fin de persuadir al Japón de que EEUU tenía puntos débiles en el Pacífico y que le sería más fácil ganar allí que en Rusia”.
Cuarenta y ocho horas después de la invasión alemana de la URSS, Roosevelt había pedido al Japón que, “en bien de la paz”, diera garantías de no atacar a los soviéticos. Y mes y medio después, sin motivo alguno, Roosevelt lanzaba contra los japoneses la grave provocación de congelarles todos sus valores depositados en Estados Unidos. Automáticamente los suministros de petróleo quedaron suspendidos y esto provocó una grave crisis en Japón.
El testimonio del mayor general Charles A. Willoughby, jefe del Servicio Aliado de Inteligencia, en Tokio, quien declaró que el Instituto de Relaciones en el Pacífico (de Rockefeller) empleó la red de espionaje de Richard Sorge para hacer que Japón desistiera de su ataque a Rusia y se lanzara contra Pearl Harbor, cuya guarnición se hallaba sorprendentemente desprevenida, afirma que los agentes secretos conocían hasta la fecha y la hora en que se produciría el ataque. La obra de los agentes de Rockefeller fue un fantástico “quite” que el poder israelita de Estados Unidos le hizo al toro japonés, en beneficio del marxismo israelita de la URSS. Si ese 7 de diciembre de 1941 los japoneses hubieran atacado Rusia en vez de atacar Pearl Harbor, el Kremlin no hubiera podido lanzar su contraofensiva de invierno a las puertas de Moscú. Esto habría sido sencillamente mortal para el ejército rojo.
Es decir, la organización de Rockefeller convenció a los japoneses para que en lugar de atacar a la URSS, atacara Pearl Harbor. Y por otro lado, Roosevelt, congelando todos los valores japoneses, los provocó para que reaccionaran contra Estados Unidos. Si esto no fue un atentado “de falsa bandera”, no sabríamos cómo denominarlo. El almirante norteamericano Robert A. Theobald afirma que la flota del Pacífico fue intencionalmente debilitada y anclada en Pearl Harbor, en ostensible pasividad y desprevención, para servir de anzuelo y atraer un ataque de sorpresa por parte de Japón. Dice que Roosevelt sacrificó a los 4575 norteamericanos muertos o heridos en Pearl Harbor, además de las 18 unidades navales hundidas o dañadas y los 177 aviones destruidos.
Hay que hacer una gran revisión de la historia. Gente que tenemos por héroes han resultado ser villanos. Este es el caso de esos dos presidentes defensores de los intereses masónicos, a quienes habría que bajarlos del pedestal en el que se encuentran puestos por la ignorancia histórica.
JUANMA
excelente !!!!