Definamos primero los términos. La inmunidad de rebaño se adquiere cuando algunas personas de un grupo se contagian con un virus y el virus pierde efectividad debido a que la mayoría de personas han producido anticuerpos en ese grupo. Cuando una enfermedad pasa por una población produce lo que conocemos como inmunidad natural. Lo más importante aquí es remarcar que nuestro sistema inmunológico no tiene las fallas que las vacunas sí tienen. La inmunidad de rebaño artificial es aquella que las vacunas proveen. La idea es que en cuantas más personas estén vacunadas más difícil es para el virus contagiar al grupo o población.
Aquí llegamos al meollo de la cuestión porque básicamente en los EE.UU. se ha planteado la vacunación en forma obligatoria con el argumento de que es lo que hay que hacer “por los otros”, para protegerlos del COVID-19. Se ha impuesto en las mentes y corazones de las personas como una “obligación social del bien común”, y si no nos vacunamos es porque no nos importan los demás. Incluso, desde las esferas católicas, empezando con el Vicario de Cristo hasta los sacerdotes parroquiales, se ha insistido que vacunarse es una obligación moral y social y el cumplimiento del segundo mandamiento: Amar a los demás como a ti mismo.
Mas allá de la manipulación mediática y la manipulación religiosa, junto a la política, los hechos nos demuestran que otra es la historia con esta vacunación masiva mundial, y en realidad diversas variables están en juego. Hoy se toca el tema desde lo factual científico. ¿Es verdad que la inmunidad artificial es tan efectiva como se afirma?
Los doctores y científicos Mary Holland y Chase Zachary, en su libro “Herd Immunity and Compulsory Vaccination: Does the theory justify the law?” reclaman, después de una investigación llevada a cabo con el auspicio del sistema de salud del estado de Oregón, en el 2014, que la inmunidad artificial está basada en cinco puntos específicos, pero que no son sostenibles en una situación epidemiológica real. Estos son:
- La homogeneidad de la población.
- Igual posibilidad de cada individuo de ser expuesto a una persona infectada, o sea, que todos tengan la misma posibilidad.
- Perfecta eficacia de la vacuna.
- Que tanto individuos con alto riesgo de enfermarse como individuos de bajo riesgo sean vacunados por igual. En estas situaciones, personas que tienen casi cero posibilidades de enfermarse, cuando son vacunadas pareciera que la vacuna es “más” efectiva, cuando en realidad el individuo es el que hace la diferencia. En los casos que se vacunara solo grupos con alto riesgo, ya sea por condiciones preexistentes, edad avanzada o, en algunos casos, niños, puede que la vacuna no sea tan efectiva, aunque si es efectiva significa que la vacuna funciona.
- Que absolutamente todos reciban la vacuna, cosa que generalmente no pasa.
Otras de las conclusiones a las que llegó el estudio son: primero, no todos los individuos son susceptibles de enfermarse de un X virus, aun así, personas vacunadas pueden contraer la enfermedad desafiando la teoría de la inmunidad artificial. Países con buenos ejemplos son Israel, siendo el país con más vacunados y con más COVID actualmente, al igual que Taiwán. Segundo, lograr inmunidad total a través de las vacunas es imposible, como lo muestra el resurgimiento, de vez en cuando, de virus que se creían extintos como la tuberculosis y la poliomielitis. El argumento de la vacunación masiva para lograr un bien mayor es una falacia, ya que es inatendible bajo cualquier circunstancia.
Los autores concluyen que lo mejor es concentrar la vacunación en un sector de la población, por ejemplo, los que más riego tienen, como los mayores de 65 años y los enfermos crónicos, pero advirtiendo no solo de la ineficacia de la vacunación masiva o mandatoria y también de sus fallas.
Concluyo que el argumento en favor de la vacunación masiva, citando la inmunidad de rebaño, puede ser usado para la conclusión contraria, ya que el sistema inmunológico tiene mucho mejor comportamiento que cualquier medio artificial producido en laboratorio.