¿Qué hay más puro y bello que la inocencia de un niño?

¿Es que no hay lugar para esa inocencia en este mundo? ¿Ese es el mundo que hemos creado? Un mundo sin piedad ni compasión, un mundo donde nos sacamos de encima a los que no son “convenientes”, como nos llama Yuval Noah Harari, tecnócrata del Foro Económico Mundial; los “useless eaters”, los que somos comedores inútiles, los que estamos de más. Los dioses terrícolas, incluyendo Bill Gates, van a decidir, al igual que los emperadores romanos, quién vive y quién muere.

¿Quiénes son los que no tienen derecho a la vida, paradójicamente, en un mundo tan preocupado por los derechos humanos?

Recientemente, en California está siendo considerada una ley que legaliza el infanticidio hasta los 28 días después de nacido. Ha pasado la primera instancia, pero las proyecciones dan por sentado que también pasará definitivamente, y mientras tanto grupos provida están con sus pancartas en Sacramento, capital del estado, motivados para defender la vida de los futuros hombres y mujeres americanos. No solo descuartizamos o aspiramos un bebé en el útero o vientre materno para desensibilizarlo, sino que esperamos a que nazca y después “decidimos” si le perdonamos la vida. Nada muy diferente de los etruscos, que tiraban a sus hijos defectuosos por el barranco; y sí, nos estamos paganizando a pasos agigantados.

 Luego vienen los ancianos y la eutanasia. El COVID fue la excusa perfecta para que muchos ancianos murieran sin sus familiares y a los que no dejaban visitar o comunicarse, sin saber qué tratamiento tenían o sin la posibilidad de sacarlos de los geriátricos y buscar otras alternativas. La eutanasia, que no es muerte compasiva, sino muerte ahorrativa, es legal en varios países del mundo, pero en los EE.UU. hay mucha resistencia a eso, pues hay un fuerte grupo cristiano en el país que son los que pelean más vehementemente estas causas. Pero la mentalidad de eutanasia ya existe de facto.

Recientemente, el esposo de una amiga falleció de una sepsis estando hospitalizado, la cual se le produjo cuando pasó unos días en el mismo hospital. Claro que mi amiga no podía ir a visitar a su esposo, pero un día la llamaron para decirle que tenía que ir a verlo para despedirlo, y solo en esa instancia la dejaron pasar. Luego el doctor le habló explicándole que era mejor no resucitarlo, ya que si vivía iba a quedar discapacitado para toda su vida. Mi amiga estaba choqueada y firmó el consentimiento, pero después las dudas se le empezaron a aparecer: cómo el doctor puede asegurar una cosa así, si los milagros existen y el esposo era un hombre fuerte de solo sesenta y dos años. Al cabo que no lo resucitaron ya que es muy difícil salir de una sepsis, según le dijeron cuando ella empezó a hacer preguntas.

Este es el típico caso de una eutanasia encubierta que, aunque no sea legal, los médicos la practican todo el tiempo. Los médicos son los mayores responsables en todos estos casos, ya sea infanticidio, aborto, personas ancianas o muy enfermas (aunque sean jóvenes), a pesar de que han hecho un juramento hipocrático de salvar la vida o dar la salud a la persona y hacer todo lo humanamente posible, y cuando no se puede más se la deja en manos de Dios mientras que se le brinda el confort necesario si hay dolor. Los médicos responden a un sistema en que siguen las políticas del hospital y los seguros de salud, para los cuales un paciente es solo un número y un gasto.

Hace muchos años en la Argentina hubo una película que se llamó La guerra de los cerdos. Esa película trataba el tema de exterminar a los ancianos que ya no eran “útiles” para la sociedad. La película se presentaba en el género de misterio fantasía, pero ya no es ni misterio ni fantasía que la reducción de la población se está haciendo a través de todos estos procedimientos, de leyes, de la política, de la erosión de la familia como foco central de la sociedad, la liberación sexual y la decadencia moral, el empuje de ideologías de género desde pequeños, provocando así futuros eunucos que no podrán procrear por todos los tratamientos hormonales a los que han sido sometidos desde pequeños, bloqueándoles la pubertad y todo el desarrollo normal que un ser humano se merece.

Estamos en una encrucijada moral muy grande en el mundo y pocos se percatan de que estamos siendo debilitados y de lo grave de la situación. Nuestros niños no tienen por qué recibir ninguna educación sexual, ya que ellos no son activos y esa información les es inútil, ni que un niño sepa nada de eso ni le preocupe, pues todos hemos sido niños y sabemos eso por experiencia propia. Confundir a un niño diciéndole que tiene la opción de ser del otro género, también es una aberración. En EE.UU. han presentado una ley para que les enseñen a los niños que pueden “cambiar su sexo” si no están conformes con el de ellos.

En las formas hospitalarias se ha cambiado la manera en que formulan las preguntas, así por ejemplo, en vez de tener dos opciones para indicar si somos hombre o mujer, se ha agregado “u otro”, y con más frecuencia veo el uso de la siguiente frase: “género que recibió al nacer”, que es la última locura de este mundo nietzscheano. En mi reciente visita al médico tuve que completar un formulario, y cuando llegue a esa instancia —qué género se me había dado al nacer—, me levanté y le pregunté a la secretaria que quién me había dado el género, aunque en realidad en inglés la pregunta es pasiva evitando el sujeto, por eso mi pregunta resultó graciosa, a lo que la secretaria sonrió diciéndome que no me preocupara por eso, que si no la quería contestar no lo hiciera, a lo que a su vez yo respondí que sí la quería contestar, y me volví al asiento y le hice una nota al costado declarando que a mí “nadie me otorgó ningún género o sexo”, que yo nací mujer, y que mis padres y la combinación de cromosomas me dieron el género en forma fortuita. Estas pequeñas protestas que parecen insignificantes no lo son, no hay que hacerles creer que “todo está bien”, y aunque estos pequeños cambios en la lengua y las expresiones parecen insignificantes, no son casuales ni inocentes.

Nuestros niños son el futuro de la humanidad y no les vamos a dejar futuro mientras no los dejemos ser niños. Los padres tienen que pelear contra estas agendas insidiosas con puños y dientes. Es tiempo de ser valientes y unirse en contra de todo lo que quiera cambiar esas leyes naturales, si no el costo que pagaremos será muy alto, diría fatídico, como es el de un futuro lleno de seres confundidos e infelices, sin paz y llenos de sufrimiento. Lo que debemos alimentar es el alma humana, desarrollar nuestra espiritualidad en vez de estar tan obsesionados con nuestro cuerpo, pues este es material y muere mientras decae, pero nosotros somos seres con un alma inmortal.

Corresponsal de Estados Unidos.

Corresponsal de Estados Unidos

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