La falsa «memoria histórica», que desde las logias se viene fabricando desde hace siglos, —y que en el caso de España se quiere imponer por ley— ha conseguido que las nuevas generaciones de españoles no dispongan de herramientas para poder evaluar de manera correcta los acontecimientos más relevantes de nuestra historia patria. Muy pocos saben, por ejemplo, que la Santa Sede condecoró a Francisco Franco con el collar de La Suprema Orden Ecuestre de la Milicia de Nuestro Señor Jesucristo (o Suprema Orden de Cristo). Es la más elevada distinción pontificia creada para premiar los servicios prestados a la Iglesia Católica, y es al único dictador que se le ha concedido.
La Santa Sede se la concedió el 25 de febrero de 1954. La pregunta que cabría hacerse es: ¿por qué concedió la Santa Sede tan elevada condecoración a un dictador? Muchos podrán pensar que la Iglesia fue una aliada malvada de la dictadura, y podrían aprovechar esta información para cargar las tintas contra la Iglesia. Pero a las personas con sentido común y recta conciencia les tendrá que llamar la atención este notable acontecimiento. Trataremos de exponer de manera sencilla el servicio que prestó Franco a la Iglesia para merecer este honor.
Empezaremos diciendo que la II República Española nació de unas elecciones falseadas. En abril de 1931 se celebraron elecciones municipales para decidir el nombramiento de 80.000 concejales de ayuntamientos. En absoluto se trataba de elecciones para dirimir entre «monarquía» y «república».
Los republicanos argumentaron que, aunque hubo mayoría de voto monárquico, este voto se había emitido mayoritariamente por gente del campo y que ellos habían ganado en las ciudades más importantes de manera mayoritaria. Y esta fue la “doctrina” que triunfó. Aunque vuelvo a repetir: no eran elecciones sobre «monarquía» o «república». El problema fue que el Rey y los ministros liberales monárquicos aceptaron eso como una derrota. Pero… ¿por qué aceptó el Rey tan fácilmente esa teoría republicana, máxime cuando no habían perdido los monárquicos ni tampoco esas elecciones eran para elegir entre monarquía o república?
Al Rey Alfonso XIII se le hizo la propuesta de que consagrara personalmente España al Corazón de Jesús el día de la inauguración del monumento, que estaba previsto para el 30 de mayo de 1919, cosa que llevó a cabo.
Alfonso XIII, en una conversación que mantuvo con el padre Mateo Crawley (sacerdote designado por la Santa Sede para promover la devoción al Sagrado Corazón), manifestó que había recibido una comisión de la masonería exigiéndole que no consagrara España al Corazón de Jesús y amenazándole con que, si quería conservar la Corona, debía aceptar una serie de proposiciones que le entregaron por escrito. Primera: su adhesión a la masonería. Segunda: decretar que España se transformaría en un Estado laico. Tercera: decretar la ley del divorcio. Cuarta: generalizar la instrucción pública laica. Y el monarca le contó al religioso que, sin titubear un instante, respondió a esa comisión: “Que jamás aceptaría esas imposiciones”.
El Rey no aceptó las imposiciones, pero por no hacerlo tuvo que salir de España, porque sabía cómo se las gastaba la masonería, ya que tenía la referencia de la suerte que corrió la familia real rusa tras la Revolución de 1917 (lo contaremos en otro artículo).
No había transcurrido ni siquiera un mes desde la proclamación de la Segunda República, cuando se produjo la quema de conventos en toda España. Y no por subversión hacia ella, ya que fue aceptada por todo el mundo. Además de los incendios sacrílegos de Madrid, se quemaron también muchas iglesias de Málaga, Sevilla y también quemaron edificios religiosos en pueblos de la provincia de Sevilla como Lora del Río, Alcalá de Guadaira, Coria del Río y Carmona. También, en otras capitales como Valencia, Murcia, Alicante, Cádiz, Granada, Córdoba, etc. También se creó una nueva Constitución que desamortizaba a la Iglesia y disolvía el culto público.
Resumiendo mucho y en pocas palabras: la república fue aceptada por todos. Es un sistema de gobierno que difiere poco de la monarquía, pero el problema no fue ese. El problema fue que se quiso pasar de la república al totalitarismo, se usó como paso intermedio. Franco tuvo que salir en defensa de la gente a la que se estaba asesinando, simplemente por ser distinta en pensamiento y credo.
Una célebre frase de aquellos tiempos lo refleja perfectamente: “Media España se niega a morir en manos de la otra media”. La gota que colmó el vaso fue el asesinato de Calvo Sotelo, que en la madrugada del 13 de julio de 1936 fue detenido irregularmente en su casa por “La Motorizada” (una especie de milicia de los socialistas madrileños), y durante el traslado fue asesinado mediante un tiro a la cabeza por el pistolero socialista Luis Cuenca, guardaespaldas del entonces líder del partido socialista, Indalecio Prieto. Asesinato planeado y ejecutado por masones. Las pruebas de que esto fue así las pueden ver en el enlace de abajo.
Véase masonería asesinato Calvo Sotelo.
La iglesia condecoró a Franco porque el mayor servicio que le hizo fue evitar que la masonería continuara matando religiosos —evitó el genocidio de los católicos— y que prohibiesen la libertad religiosa. Se podrá cuestionar o no, que Franco estuviese después hasta su muerte en el poder debiéndolo haber dejado antes. Pero lo que Franco hizo no fue dar un golpe de Estado, sino un «Golpe de Defensa». Y la prueba es que la Iglesia lo condecoró. Es muy curioso que Franco sea el único dictador al que se le haya entregado La Suprema Orden de Cristo. Pregúntense ustedes por qué.
Terminamos este artículo refrendando el testamento de despedida que Franco entregó a su hija. La cita es del libro de Bárcena, La pérdida de España:
Días antes de morir entregó a su hija un documento de «despedida», conocido como su «testamento político» o espiritual. En él se encuentra la visión que tuvo de sí mismo, de su función histórica, y de España. Siempre, contemplándolo todo a la luz de la doctrina de la Iglesia; no hay más que leerlo para entender que ese enfoque fue el que marcó toda su trayectoria, en todos los aspectos: «Españoles: Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico. En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir. Pido perdón a todos, como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos, sin que yo los tuviera como tales. Creo y deseo no haber tenido otros que aquellos que lo fueron de España, a la que amo hasta el último momento y a la que prometí servir hasta el último aliento de mi vida, que ya sé próximo. Quiero agradecer a cuantos han colaborado con entusiasmo, entrega y abnegación, en la gran empresa de hacer una España unida, grande y libre. Por el amor que siento por nuestra patria os pido que perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro rey de España, don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado, y le prestéis, en todo momento, el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido. No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alertas. Velad también vosotros y para ello deponed frente a los supremos intereses de la patria y del pueblo español toda mira personal. No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como la fuente de fortaleza de la unidad de la patria. Quisiera, en mi último momento, unir los nombres de Dios y de España y abrazaros a todos para gritar juntos, por última vez, en los umbrales de mi muerte, “¡Arriba España! ¡Viva España!”»
Así murió Franco. No parece que estuviese loco ni que tuviese la conciencia empañada. Sin embargo, no podemos decir lo mismo de algunos republicanos, masones y comunistas como Companys, Hazaña y La Pasionaria, que murieron con grandes cargos de conciencia y buscando el perdón en esa misma Iglesia que ellos mismos persiguieron. Y esta les concedió el perdón. Dejamos enlace a un artículo sobre la confesión de estos tres personajes.Véase confesión de Hazaña, Companys y La Pasionaria.