El mal triunfa cuando la gente buena se queda callada. Así comienza a relatar Eduardo Verástegui las razones del porqué llevó a cabo la producción de la película Sound of Freedom (Sonido de libertad). Una película que pone de manifiesto una grave y dramática realidad que acontece muchas veces frente a nuestros ojos y que no vemos, esto es, el rapto y compraventa de niños con fines sexuales y de tráfico de órganos. Niños de dos, tres y más años, a los que someten a vejaciones sexuales de todo tipo, y que cuando ya no son atractivos para la gente que los abusa, los terminan utilizando para el comercio de órganos. Lo más perverso de todo esto es que la película está siendo despreciada por grandes plataformas internacionales que, al parecer, no quieren que llegue a los espectadores, mientras los narcotizan con producciones como Barby o Indiana Jones. A pesar de todo ello, se ha convertido en la película más vista del momento y ha desbancado por goleada a dichas superproducciones.
El negocio del tráfico de niños produce más de 150 billones de dólares al año, y esto es así porque la demanda de menores para abusos sexuales y tráfico de órganos es terriblemente grande. Es un negocio a escala planetaria; no obstante, tiene como primer país consumidor a los Estados Unidos y como proveedor a México, pero, repito, funciona a escala global, cosa que llama mucho la atención porque Estados Unidos es un país que cuenta con muchos recursos para atajar esta maldad, pero como dice Verástegui: No es algo que tengan como prioridad evitar (habría que preguntarse por qué).
La película, que está basada en hechos completamente reales, surge cuando Verástegui conoce a Timothy Ballard, que es un activista y autor estadounidense reconocido por ser el fundador y CEO de la organización sin ánimo de lucro Operation Underground Railroad (O.U.R.) y el CEO de The Nazarene Fund. Organiza actividades a nivel nacional e internacional para detener la trata de niños, niñas y adolescentes. Miles de víctimas de la trata han sido rescatadas por Tim Ballard y su Organización. También han ayudado a detener a más de 750 traficantes. Tiene en su haber el rescate de más de cuatro mil niños en todo el mundo. Para que nos hagamos una idea más precisa del trabajo de Ballard, viene a ser lo mismo que hace “Desokupa” (en España), pero en el terreno del rescate de niños. Cuenta con un equipo de personas que tienen su mismo perfil (exagentes de la CIA, del FBI y exmilitares). Hacen un trabajo que compete al Gobierno americano, pero que, al parecer, no se encuentra entre sus prioridades. Más bien, su prioridad es extender el aborto que rescatar niños (hablamos del gobierno Biden).
Ballard estuvo durante diez años en la CIA (él mismo es el que dice que el rescate de niños no es una prioridad del Gobierno americano), dedicándose específicamente en el Grupo de Trabajo de Delitos de Internet contra Niños. Además de agente encubierto para el Equipo de Salto de Turismo Sexual de Estados Unidos.
Verástegui quedó impresionado cuando Ballar le contó la realidad sobre el tráfico de niños, y a partir de ese momento se propuso contribuir a destapar todo este asunto y concienciar a la población mundial con la película. Esta ha visto la luz tras ocho años muy duros nadando contra corriente y jugándose literalmente la vida con esta iniciativa (muchísima gente no quiere que esta película triunfe), y el mismo Ballard le advirtió que se crearía muchos enemigos con este asunto. Verástegui dice lo siguiente sobre este grupo de personas:
Los conocí en Los Ángeles a él y a sus socios, un grupo de expertos en el rescate de niños. Un grupo de héroes, héroes profesionales, héroes de carne y hueso reales, no de ciencia ficción como Spiderman o Batman. Ellos viajan por diferentes partes del mundo, encubiertos, visitando los rincones más oscuros del planeta para rescatar niños secuestrados. No creas que son ya gente de la tercera edad, porque cuando hablo de exagentes de la CIA, muchas veces imaginan que ya son señores retirados, no, son personajes que ya terminaron con su misión en el Gobierno y siguen siendo muy jóvenes, algo más de treinta años, y Tim los ha reclutado. Entonces… cuando te cuentan ellos a detalle lo que hacen, lo que sucede en el mundo, lo que les hacen a estos niños… que quede claro, hablo de niños de dos años, de tres años, de cuatro años, de cinco años. Niños que son abusados sexualmente (hablamos de diez veces al día) por muchos años hasta que el cliente ya no los quiere porque ya no son “carne fresca”, ese es el vocabulario que ellos usan. Entonces estos niños, que ya no son niños después de diez años, pero siguen siendo jovencitos, entran al segundo negocio que es el mercado negro del tráfico de órganos.
El primer problema que surgió fue la dificultad para encontrar un protagonista para la película (alguien que encarnara el papel de Ballard), pero nadie quería hacer el papel por mucho dinero que se le ofreciese. Eduardo Verástegui, medio desesperado por no encontrar ningún actor que quisiera interpretar a Tom Ballard, fue a hablar con él (aquí se empieza a ver la mano de la Providencia divina en la película), y tras explicarle la dificultad para dar con alguien, le preguntó que quién le gustaría que lo interpretase. Ballard, le contestó:
¡¡Jesucristo¡¡… Estoy bromeando, hablo del actor que interpretó a Jesucristo en La pasión de Cristo, de Mel Gibson, James Caviezel.
Caviezel, cuando interpretó ese papel, tenía 33 años y las iniciales de su nombre son JC. Verástegui se puso manos a la obra para intentar ficharlo, y cuál fue su sorpresa cuando Caviezel no se lo pensó ni un momento, y le contestó lo siguiente:
Eduardo: tú sabes que mi esposa y yo no hemos podido tener hijos, hemos adoptado dos hijos que tú conoces, pero no sabías esto. Acabamos de adoptar mi esposa y yo a una tercera, una hija, una niña rescatada de estos perversos en un país de Asia, por medio de una fundación a la que nosotros damos dinero. Cuando fue rescatada, mi esposa y yo la vimos y dijimos: “vamos a adoptarla”; acaba de suceder hace unos meses y tú me traes la película. Yo he estado pidiéndole a Dios por un proyecto que luche contra este mal perverso. Ya mándame el guion.
A cualquier persona con sentido común tiene que llamarle poderosamente la atención esta coincidencia o, mejor dicho, “Diosidencia”. No obstante, surgió un pequeño problema. Resulta que la mujer de Caviezel había visto una serie en Netflix sobre narcos colombianos, y no quería que su marido rodara la película en ese país por temor a las represalias que pudiesen derivarse del rodaje de semejante tema. Verástegui consultó la propuesta con Ballard, y este le contestó lo siguiente: Pregúntale si treinta exmarines son suficientes para cuidarlo. Caviezel no tuvo ninguna duda y aceptó rodar en Colombia. Los exmarines estuvieron en el rodaje de la película y colaboraron incluso como extras.
Y aquí es donde viene otro hecho sorprendente que ocurrió durante el rodaje. Verástegui lo cuenta así:
Yo, como productor, sé quién está en el rodaje, obviamente. Pasaba lista diariamente, doscientas personas en el set. Imagínate, la gente de producción, los actores, los extras, etcétera. Yo veía que la mitad de los exmarines no acudía al rodaje. Me quedé callado porque no quise asustar a la gente. Ballard no estaba esos días en la filmación, estaba en Estados Unidos. Tardó tres semanas en volver, y yo callado porque no quería asustar a nadie, esperé a que llegase. Cuando llegó, le comenté: ¡qué pasó, maestro, se regresaron o qué pasó! Bueno, de pronto, un amigo mío de Colombia me mandó un artículo de un periódico colombiano que decía: “El gobierno colombiano, con la ayuda de la Policía Federal, arrestó traficantes en Cartagena. Rescataron a más de doscientos niños secuestrados”. Le mostré a Tim Ballard el artículo y me dijo que habían sido ellos los que habían rescatado a esos niños. Ellos fueron los que rescataron a los niños, pero le dieron todo el crédito a la Policía porque tenían que seguir todavía en la filmación con nosotros. Así es que, en protección, por seguridad, ellos no podían aparecer en la nota.
La película se terminó en 2019. El proyecto era muy ambicioso, se pretendía sacar la película, una serie posterior a esta y un documental. Pero en ese momento, Disney compra la Fox, que hasta entonces era la propietaria del filme. Disney decidió que la cinta no era un contenido adecuado para su empresa y, tras una serie de negociaciones, Verástegui consiguió quedarse con la película. Y en ese momento es cuando llega la plandemia. Tras esta, comenzó a tocar muchas puertas para intentar que alguna gran compañía se hiciera cargo de ella (Netflix, Amazon, etc.), pero fue en vano.
Ante esta negativa, solo le quedaban dos opciones: rendirse y poner la película en una plataforma gratis (la película tiene un presupuesto bajo, pero ese presupuesto bajo han sido catorce millones de dólares), y la otra opción que se le ocurrió fue, para no tener la película guardada en la bodega y cogiendo polvo, hacer una gira con ella por todo México, presentándola estado por estado e intentando que la viesen todas las fuerzas políticas mexicanas, con idea de crear un movimiento para luchar contra el tráfico de niños (no olvidemos que México es el mayor proveedor de criaturas para estos maléficos fines). De repente recibió una llamada, después de ya tres años de estar tocando puertas. Pero estaba ocupado en esa gira. La llamada era desde Provo (Utah), una ciudad de poco más de cien mil habitantes. Y era de una distribuidora, quizás la más pequeña de los Estados Unidos, interesándose por el filme. Eduardo Verástegui lo narra de la siguiente manera:
Yo, rezándole a Dios, pidiéndole: mándame a un ángel para que rescate esta película, y llega Angel Studios, y yo dije: no no, son muy chiquitos, ¿o no? Esta película es demasiado grande. Ellos dijeron: “Nosotros creemos en tu película, y vamos a dar todo por ella”.
El caso es que esta película, que tuvo un coste de catorce millones de dólares, a día de hoy ha recaudado más de cien. La película arrebató el número uno en taquilla a Indiana Jones y el dial del destino, en Estados Unidos.
Y no eso solo, sino que va camino de ser (y ya lo es) la película más vista de los últimos años. A España llegará en octubre. No podemos dejar de verla por dos razones: porque tenemos la obligación moral de apoyar esta iniciativa y porque nos puede y nos tiene que servir para concienciarnos de la maldad diabólica que se oculta tras esta esclavitud de niños para fines más que perversos. No podemos quedarnos impasibles ante tamaña obscenidad. Existen muchos indicios de que la Providencia divina la apoya y ampara. También hay que ser conscientes y solidarios con sus autores, y demostrarles nuestro agradecimiento. Estas personas están poniendo en peligro sus vidas por visualizar esta realidad. No podemos ser menos que ellos y, dentro de nuestras posibilidades, debemos apoyarles. Esta película es un milagro que debemos promover.
En tiempos donde Hollywood nos vende perversión, donde Netflix produce una película llamada Cuties, que es básicamente una invitación a la pedofilia, y en los que los medios de comunicación prefieren obviar las capas más oscuras de nuestra sociedad, en parte, porque muchos de ellos son cómplices de la misma, Sound of Freedom es un grito de guerra y, a su vez, un mensaje de esperanza porque “los niños de Dios no están a la venta”.